Jorge Mejia Martínez

La seguridad no puede estar por encima de los ideales: frase hermosa y contundente de Obama. De frente al televisor aplaudíamos pero no lo podíamos creer, estaba hablando el Presidente de los EEUU. En Colombia hemos creído otra cosa: sin seguridad no hay nada y para lograrla todo se justifica. Los medios no importan. Como la guerrilla degradada por sus acciones nos encerró en los centros comerciales los fines de semana, porque se volvió un peligro transitar por las vías o  asomarse por los corregimientos y las veredas, hizo carrera la creencia de que el enemigo de mi enemigo es mi amigo. Por ello los colombianos cerramos los ojos para no ver las masacres y desapariciones que a nombre de la lucha contra las FARC cometieron los paramilitares.

Durante más de diez años se perpetraron todo tipo de atrocidades, todas ellas a nuestras espaldas y sin que nos importara porque ¨mientras no toquen con nosotros…atrocidad contra atrocidad, se vale¨. Nos dijeron que eso de los Derechos Humanos no era más que carreta de los oenegeros al servicio de la ¨guerra jurídica¨ de la guerrilla contra la fuerza pública. Nos acostumbramos a vivir haciendo cabriolas sobre el filo de la navaja, buscando atajos, con la Constitución y las leyes convertidas muchas veces en letra muerta. Todo se informalizó en este país: gobernar, hacer política, aplicar justicia, producir. En las urnas depositamos el voto para autorizar el recorte de la democracia con tal de darle en la cabeza a las FARC. ¡Para qué democracia sin seguridad!

 

Cuando nuestro Presidente decidió darle apoyo público a la decisión bárbara de Busch de invadir a IRAK recurriendo a todo tipo de mentiras, la mayoría dio su aplauso porque de por medio estaban en juego los recursos para la seguridad interna. El peor mandatario en la historia reciente de Norteamérica se convirtió en el adalid ejemplar para Colombia. Hoy produce una risa nerviosa esa costosa postración.

 

Convertir a Colombia en un real Estado de Derecho será el fruto de la presión de la comunidad internacional. Nos acostumbramos a no ver el elefante que circunda por todos lados. ¿Cómo así que si sopesamos en una balanza los dos recientes hechos más notorios, los falsos positivos del Ejército y las maniobras de las pirámides, estas últimas son más impactantes para la opinión? El asesinato de miles de inocentes convertidos de buenas a primeras en guerrilleros a cambio de  recompensas, dadivas o estímulos, se aprecia como una circunstancia propia de la guerra contra la subversión. Un mal menor. No importa que sea una práctica extendida por todo el territorio nacional o que, como se demuestra ahora, en su ejecución participen desde altos mandos hasta militares del más bajo rango. Algunos civiles y uniformados se riegan para sonsacar victimas que luego aparecen como NN en lugares distantes. Para generar  los falsos positivos, con la magnitud que hoy se conoce, se tuvieron que crear verdaderas organizaciones criminales propias del concierto para delinquir. La teoría exculpadora de la existencia de manzanas podridas dentro del Ejército es insuficiente.

 

El gobierno nacional y el Ministerio de defensa están dedicados a decapitar cabezas de militares supuestamente responsables. No les ha temblado la mano. Algún alivio habrá de producir en la expectante comunidad internacional. Las cabezas se enarbolan a lo alto para el escarnio público, propio y ajeno. En las mochilas de los militares se depositan las cartillas sobre los Derechos Humanos, cantaleta va y cantaleta viene. Pero los falsos positivos continúan, no desaparecen. En cualquier esquina del país las Personerías municipales o los familiares denuncian su existencia. No es sino mirar la prensa o la televisión. ¿Por qué? Porque la culebra sigue viva. Al gobierno y al Ministro sí les tiembla la mano para atacar de raíz la causa del problema: la vigencia de la diabólica directiva ministerial o circular 029 de 2005, auspiciadora de la muerte de inocentes a cambio de recompensas o dadivas, mientras los mecanismos de control que contempla la misma circular son engañosos totalmente.

 

Mientras siga viva la culebra en forma de circular 029 será muy difícil demostrar que los falsos positivos no son consecuencia de una práctica que, por fuerza de su extensión y magnitud, se convirtió en una política institucional- objeto por tanto de la mirada rigurosa de la justicia internacional- cuyos resultados inmediatos, en lugar de satisfacción, lo que nos produce es vergüenza.