Por: Jaime Jaramillo Panesso
Cuando uno va por los caminos terciarios de este país colombiano y desconoce el espacio que falta por llegar, se le pregunta al campesino de la zona, cuánto falta para culminar la marcha. Entonces, amablemente, el campesino dice: “está a un tabaquito, señor”. El tabaquito es una medida de tiempo o espacio que puede ser un kilómetro o un día, porque fumarse un tabaco es un “arte” que se combina con esperas, apagadas, volver a encender, visitar la fonda o la casa de un pariente, etc. Lo mismo ocurre con el proceso de paz: está a un tabaquito para firmar. En este caso no nos hemos dado cuenta que se trata de un habano cubano, un tabaco selecto y de tamaño no mensurable que ordenaron fabricar los hermanos Castro. En nada se parece a la pipa de la paz que fuman los indígenas en señal de acuerdo.
Al Presidente Santos y a sus comisionados en La Habana les han dado más de un tabaquito. Es una caja entera de gruesos habanos. Lo cual significa que vamos para muy largo, en detrimento de la expectativa sembrada, alimentada, magnificada e idealizada por el gobernante. Por el contrario, las Farc, que siempre han llevado la iniciativa, no solo están enrocadas en no aceptar juzgamiento que determine privación de la libertad por los delitos de lesa humanidad y crímenes de guerra, no entrega de armas, no desmovilización, no reconocimiento de las víctimas, sino que rompen su propia oferta de suspensión unilateral del fuego con la pérfida acción en el Cauca que causó la muerte de once soldados dormidos. La respuesta del Presidente Santos fue contestar el ataque con los bombardeos aéreos, que no debieron suspenderse como lo hizo para congraciarse con las Farc y acortar el tiempo del tabaquito.
Santos actuó conforme a las leyes del Estado colombiano. Esas son las obligaciones del Jefe de Estado, de las cuales suele abdicar el Señor Presidente. No es una venganza, no es “la retaliación bélica, del ojo por ojo” como dice el Padre Francisco de Roux, Superior de los Jesuitas en Colombia. Es un mandato legal de un Estado democrático y un deber constitucional que enviste al mandatario. Poner al Estado en igualdad a la organización criminal es distorsionar la superioridad normativa de la República. Por eso estamos como estamos. Fueron las Farc las que reanudaron el escalamiento de la violencia.
Pero como Santos le enciende una vela a dios y otra al diablo, al día siguiente del desafío fariano de reanudar sus acciones terroristas, dijo: “estoy listo a acelerar las negociaciones para obtener ese cese al fuego bilateral y definitivo a la menor brevedad posible”. Santos trama una estrategia: ya que tiene que fumarse un tabaquito a mayor distancia, en su intento de lograr negociar los puntos fundamentales que atrás señalamos, necesita magnificar la figura del cese bilateral del fuego como la “terminación del conflicto armado”, que no es lo mismo que la paz. Y lloverán toneladas apologistas de ese logro, tragaremos como zombis la nueva yerba del curandero de palacio, mientras un loro chocoano, entrenado por Sergio Jaramillo, gritará desde una cornisa de la Casa de Nariño: “Viva la paz, viva la paz”.