Por: Gustavo Salazar Pineda
El arte sublime del buen vivir ha sido negado u obstaculizado a millones de mujeres en el mundo por medio de la estigmatización de las relaciones sexuales comerciales, o sea, de la legendaria y clásica prostitución. La vieja Europa todavía se resiste a legalizar esta práctica, a excepción de Alemania y Holanda, países en los que se trata de una industria regulada por leyes y sometida al pago de impuestos. El puerto de Hamburgo es conocido mundialmente como uno de los mayores centros de prostitución en el que miles de mujeres ejercen su profesión de manera legal, digna y sin condenas morales de ningún tipo. Amsterdam por su parte es una vibrante capital en la que una calle céntrica es un auténtico bazar y una vitrina en la que mujeres de los cinco continentes exponen y venden su cuerpo sin condena social alguna. La llamada Venecia holandesa es un emporio comercial de sexo y drogas y es quizás una de las urbes más alegres y tranquilas del mundo. Los ingleses, tan hipócritas y farsantes que son en su vida cotidiana, y los norteamericanos, como buenos descendientes de aquellos, poseen un alto nivel de prostitución, no obstante considerarse ilegal el sexo mercenario en ambos países.
Las religiones cristiana y musulmana, denigran de la mujer que vende su cuerpo y desprecian a las que se dedican a la venta carnal de sus atributos; los seguidores de Mahoma y Alá son más crueles con sus feligreses del sexo femenino, pues las obligan a cubrirse para impedir que tienten a los hombres y deriven provecho de su belleza.
Las sociedades de clara tendencia machista han controlado política, legal y moralmente los encantos sexuales y personales de las mujeres mediante condenas y cuestionamientos religiosos. Investigadores sociales hay que han estudiado el fenómeno advirtiendo a las mujeres que pueden y deben utilizar su capital erótico en sus relaciones con los hombres e instan a éstos a reconocer que ellas merecen compensación directa e indirecta por sus encantos sin que ello sea motivo de censura social. Afirman que las ciencias sociales han despreciado a las mujeres y no les han dado el valor que se merecen en lo relativo a sus cuerpos y espíritus, en suma, que la sociedad estafa a la mujer, ya que la quiere bella y seductora para el hombre sin que tenga derecho a una recompensa más allá del supuesto amor que le brinda el varón.
Manipulaciones publicitarias, educativas y morales han sido las armas con las cuales la andrógina sociedad dominada por hombres ha timado al sexo femenino; unas cuantas y famosas, inteligentes y listas, se han sustraído a tal engaño, pero han sido tildadas de rameras, interesadas o ambiciosas. Gran Bretaña tiene leyes que llegan al absurdo de prohibir a las mujeres que alquilen su vientre para tener hijos de terceras personas. Los lores ingleses y diputados comunes si pudieran ser aptos para concebir una vida humana, seguramente jamás habrían aprobado tales leyes discriminadoras de la mujer.
El estereotipo despectivo de la mujer que comercia con su cuerpo es indudablemente la forma más apropiada para evitar que una dama explote su cuerpo y su patrimonio sexual. Esto es aplicable a muchos países en el mundo a excepción de Nigeria, en el que la mujer que se dedica a la prostitución es considerada buena esposa, con experiencia y su furor sexual desplegado en tal actividad gusta a los nativos nigerianos. Existen tribus en las costas del pacífico en las que las madres y las mujeres son libres sexualmente, lo cual contrasta palmariamente con nuestra sociedad occidental donde la rotulación discriminadora de impuras, fulanas y no respetables, se les impone a las damas que hacen valer su cuerpo y todos sus atributos derivados de él. La virginidad, tan valorada por la sociedad patriarcal, hoy en total decadencia y desprestigio, constituye uno de los encantos femeninos más grandes en algunas tribus africanas; antaño era un oprobio moral que una mujer llegara al matrimonio con su himen no desflorado, por fortuna esta aberrante concepción ha quedado en el ostracismo.
Nuestras pobres jóvenes de clase media baja y baja de las ciudades suramericanas son tratadas de lascivas y obscenas cuando exhiben sus cuerpos para atraer hombres. En la Medellín de estos tiempos, las mismas mujeres las llaman con despección, grillas. Los reinados de belleza en nuestro hemisferio, un verdadero mercado de belleza y elegancia, es condenado por muchos feministas. Las pasarelas son otra especie de venta directa de los encantos femeninos y por fortuna son cada vez mas aceptados socialmente.
Todas las que participan de estos eventos se sustraen a la estafa social a la que es sometida la mayoría.