Gustavo Salazar

Por: Gustavo Salazar Pineda

Creo que no exista poesía, ensayo o estudio sobre la condición frágil, deleznable y súper débil del ser humano como el poema titulado La gran miseria humana, extensa como hermosa composición en verso de Gregorio Escorcia Gravini, que mi papá, Jorge Horacio Salazar Gómez, recitaba con frecuencia para recordarnos a sus hijos lo efímera y poco estable que es la vida del hombre sobre la tierra.  A cerca de las flaquezas de los hombres y las mujeres también escribió el ensayista, Michel de Montaigne, que resumió en un extraordinario poema, nuestro poeta antioqueño, el santa rosano, Miguel Angel Osorio, más conocido como Porfirio Barba Jacob, en el famoso y legendario poema titulado Canción de la vida profunda.

No sobra contar que muchos años consideré que el poeta Escorcia Gravini era español.   De mi falsa percepción y de mi ignorancia a cerca del orígen del gran autor de La gran miseria humana, convertida en canción hace algunos años, hace algunos años me sacaron los periodistas costeños, Juan Gossaín y el extinto y excelente cronista Ernesto MacCausland, ellos se encargaron de recordarnos que Escorcia Gravini fue costeño, oriundo de una población del Atlántico su genial poema producto de un amor no correspondido.

Basado en el poema pretendo desarrollar en este artículo la vida real que se esconde detrás del aparentemente exitoso y feliz hombre ostentador de un alto cargo directivo o privado.

En general, en apariencia el ejecutivo lleva una vida satisfactoria, plenamente feliz y su familia participa de los beneficios que se obtienen de un excelente salario y una posición social presuntamente privilegiada entre los demás que ostentan un alto cargo directivo, posa de ser una persona amable, agradable y ecuánime.   Pero en su vida privada suele en ocasiones derrumbarse y dar soltura a los amarres emocionales y presentarse frágil y débil y mal humorado su orgullo; su soberbia y engreimiento, que en ocasiones exhibe ante sus subalternos, se torna en angustia, miedo, estados de mal humor y hasta llega a momentos de una aguda depresión.

El ejecutivo alto moderno suele ser un excelente cliente de psiquiatras y psicólogos, a los que consulta y visita con demasiada frecuencia.   El diván termina siendo un lugar en donde el exitoso hombre o mujer con alto reconocimiento social expresa los sentimientos de frustración, angustia, inconformidad, amargura, etc., que su alma padece. La república argentina tiene fama en este hemisferio de ser la nación con más altos índices de estrés y desarreglos emocionales de su clase media y especialmente de empleados medios y altos del país austral.   Colombia, México, Venezuela y otros países han sido tenidos como países en los que la felicidad, la serenidad y la alegría no es la compañera ocasional y menos habitual de millones de sus nacionales.

Paradoja de una sociedad moderna es aquella que nos muestra un avance tecnológico enorme de muchas naciones a la vez que lo humano, entendido como la sensibilidad, la ternura y el goce pleno de vivir, tiende a retroceder hasta el punto que podemos afirmar que muchos individuos llevan una vida que los griegos calificaban de bárbara o carente de disfrute existencial, satisfactorio y pleno.

Tal como lo advierte el abogado y escritor español, Javier Sánchez Alvarez:  “El ególatra ejecutivo resulta ser alguien que cotidianamente, casi a diario, debe vivir y convivir con la dependencia, la instrumentalización, el rechazo, el desaire a muchos de sus criterios e ideas”.

A manera de carrusel o montaña rusa emocional la emocionalidad del alto ejecutivo fluctúa entre la alegría y la tristeza, la euforia y el mal humor, un sube y baja de su ego.

Existen días para el alto directivo empresarial o funcionario público de alta gerencia  que parece un semidios en el ejercicio de su cargo, pero otros lo presentan como un fracasado y equivocado directivo con voz de mando.  Este fenómeno es particularmente especial y relevante en entidades financieras y empresas bursátiles en las que el nuevo rico de hoy con gran prestigio y reconocimiento sociales termina siendo el ejecutivo fracasado, cuya empresa ha colapsado y el responsable de cargos criminales que termina su carrera tras las rejas de una cárcel.  Madoff en Estados Unidos, el expresidente de Banesto en España, Mario Conde, y los altos directivos de varias empresas que manejan dineros en la bolsa en Colombia prueban lo dicho en este capítulo, refleja la inestable y efímera vida exitosa de muchos individuos de gran renombre social.

Hace un cuarto de siglo el periodista más exitoso de Colombia fue objeto de despido de la gran cadena radial a la que prestaba sus servicios y al despedirse de sus subalternos recordó la incómoda situación del asalariado y dependiente trabajador de un empleador prepotente que a diario amenaza con acabar con la carrera de quien le ha servido incondicionalmente a él y a su empresa.

Detrás de la vida aparente de confort y felicidad del alto mando gerencial se esconde la realidad de hombres y mujeres de una existencia en donde el mito de invulnerabilidad y prestigio social es una mentira y el status y seguridad personales se hace añicos y girones de un día para otro.  Esta fragilidad como la vida misma es la auténtica condición humana de lo que muchos exitosos y famosos no quieren o no pueden percatarse.

El diagnóstico del escritor español, Sánchez Alvarez, vuelve a ser ácido pero realista:   “El ejecutivo puede ser un desarrollador de tecnologías, de estrategias, eficacias y productividades, pero nunca un buen explorador de su alma y experiencia vital.   Poco tiempo y pocas ganas quedan, después de tantas horas y preocupaciones, para otras aventuras especulativas de su identidad”.

En suma, la vida del ejecutivo medio o alto es muchas veces considerada parte de la filosofía del tener y no del ser, como del aparentar ser y no de una existencia auténtica.

Hombres y mujeres tecnológicamente bien formados, culturalmente pertechados con algunas habilidades y destrezas para el marketing, los negocios, la publicidad, la alta gerencia o eruditos en áreas y materias de la burocracia o dirigencia estatal, son sin embargo ignorantes en el manejo de sus vidas personales, en lo sentimental, emocional y espiritual.

La población mundial adulta comprendida entre los 20 y los 70 años está altamente instruida en lo tecnológico y presenta avances significativos en casi todas las áreas de la actividad social pública o privada, pero en el aspecto humanístico y manejo de sus emociones y sentimientos presenta un alto déficit psicológico.  Un gran tecnólogo o un excelente directivo empresarial no es necesariamente un ser maduro y estable en su vida personal.  Así lo demostró el gran ejecutivo antioqueño fallecido en el 2015, Nicanor Restrepo Santamaría.   En un excelente escrito que nos legó con motivo de sus estudios realizados en Francia en su período de jubilación después de dirigir el Sindicato Antioqueño con rotundo éxito empresarial.

El modelo de ejecutivo agresivo, dinámico, exitoso, feliz, triunfador y mítico, cuyo ejemplo hemos heredado de los tecnócratas japoneses, alemanes y estadounidenses, es la gran mentira, la más absoluta y falsa de la sociedad moderna.  La avalancha de noticias sobre estos pseudo héroes laborales demuestran que sus vidas son la gran miseria humana.