Por: Gustavo Salazar Pineda
Todavía en el tercer milenio subsisten rezagos de la cultura ultra machista que juzga con desigual rasero hombres y mujeres. La mismísima santa mexicana, Sor Juana Inés de la Cruz, se quejaba en uno de sus poemas, la forma como los varones juzgan a la mujer que peca carnalmente y la condena cuando se entrega a los placeres carnales sin caer en cuenta que ellos propician y alientan dicha situación. Los griegos, que eran sabios y prácticos y no andaban con ñoñerías en materia de amores carnales, homo y heterosexuales, ni negaban el amor basado en el interés, ni daban mayor importancia al amor romántico. Seis fueron las clases de amor que concibió la civilización helénica: Eros o amor a la belleza; manía, amor obsesivo, aquel que viven los adolescentes y que goza de tan buena fama en nuestra sociedad, pero que causa terribles consecuencias; el amor ludis o juguetón, que tanto practican muchos casados y que condenan con severidad las mujeres que padecen los cuernos maritales; amor fraternal o de compañía, en el que se fundan muchas comunidades religiosas (dominicos, agustinos, franciscanos, etc.); ágape o amor altruista, que se ejercitó en la edad media y que cada día escasea en la materialista y egoísta sociedad moderna del siglo XXI; y el pragma o amor realista que antaño tuvo tantos detractores, pero que afortunadamente se impone cada día más como consecuencia del despertar intelectual de la mujer otrora reprimida y confinada al falso reinado del hogar.
El amor erótico, tan en boga en estos tiempos de las redes sociales y que se centra en la atracción física principalmente, en el que juega papel importante el deleite de una fragancia, la atracción de una bronceada, la textura de un cabello abundante y hermoso, es decir, el que explotan y saben sacarle todo el provecho posible las modelos, los artistas y otros especímenes de la farándula y del jet set, conduce necesariamente a un amor realista en el que se valora materialmente la apariencia y la belleza corporal como la elegancia, el carisma y el encanto personales. Los amantes del pragma dan un enfoque práctico del amor, en palabras de sociólogos reconocidos. Lo han practicado muchos hombres famosos y ricos para alcanzar éxito y reconocimiento social, pero pocos han sido los que han juzgado negativamente a los señores que han echado mano de él para sus intereses personales. También, cómo no, son muchas las mujeres que se han valido del amor realista o pragmático para hacerse millonarias, reconocidas en sociedad y valoradas por sus encantos personales. Contrario a los hombres, ellas han sido rotuladas de perras, logreras, busconas, trepadoras, perversas y un ilimitado rosario de términos despectivos y estigmatizantes; unos y otras buscan cónyuges adinerados y apropiados para un vida sibarita. Se practica mucho en esta era cibernética, pues la internet es la herramienta más apropiada, económica y práctica de adquirir o conquistar un amor ideal. Indudablemente esta clase de amor práctico y desprovisto de falsos e inconvenientes tintes románticos, propios del amor ágape concebido por la religión cristiana, amable, paciente, puro, supuestamente fiel y pregonado por San Pablo en sus cartas a los Corintios, es muy practicado en las épocas actuales.
Los antropólogos nos han enseñado que el amor apasionado y el romántico no existió en etapas primitivas, lo cual indica que el amor práctico o pragmático de estos días ha vuelto a sus raíces y va dejando atrás la manía del amor platónico. Con ejemplos se confirma que el amor fundado en el pragma ha sido condenado por las mujeres y exaltado por los hombres. El griego de oro, el afamado Aristóteles Onassis, ambicioso y avaricioso multimillonario, considerado el hombre más rico del siglo XX, no paró en mientes para casarse con la hija de un millonario paisano suyo, Athina Tina Livanos, cuyo mayor atractivo era la fortuna de su padre; él, cuarentón, y ella, con apenas 17 años, se hicieron esposos en New York en 1946; dicen los biógrafos de Onassis que fue un matrimonio interesado y práctico, nadie, que se sepa, ha osado decir que Aristóteles Onassis era un caza fortunas, logrero, trepador o vocablo condenatorio de su interés en materia amorosa. También utilizó a María Callas, la gran cantante de ópera, para agrandar su imagen; se casó con Jacky Kennedy en una boda en la que primó el dinero y el cálculo material sobre el amor romántico; se hizo amante de la bella soprano italiana Claudia Muzio, en su afán insaciable de ganar dinero por medio de la venta de cigarros. Heather Mills, una angelical rubia, enamoró a Paul Maccartney con fines estrictamente económicos, logró de la separación del famoso cantante 50 millones de libras esterlinas, a ella la han calificado de perversa, maquiavélica y ambiciosa.
Muy distinto el trato para las mujeres que para los hombres.