Rubén Darío Barrientos

Por: Rubén Darío Barrientos G.

La ministra de Trabajo, Clara López, tuvo variados pensamientos románticos antes de comenzar las negociaciones del salario mínimo para el 2017. Idealizó un salón neutral (biblioteca Luis Ángel Arango), cambió el tipo de mesa que siempre había sido horizontal por una redonda y llevó a cabo algunas reuniones previas de corte estratégico. Con esta cosmetología, instaló las sesiones de la comisión permanente de concertación de políticas salariales y laborales (alias mesa de negociación), el 5 de diciembre último.

Mucha expectativa rondaba para esta fase, pues era una izquierdista con el traje del régimen. Sentados en la mesa, quince personas formaban el cónclave: por el gobierno, yacían la ministra de Trabajo, los representantes de los ministerios de Hacienda, Comercio, Industria y Turismo, y Agricultura, amén del delegado de Planeación Nacional; por los empresarios, se atornillaban los delegados de la Andi, Asobancaria, Fenalco, Sac y Acopi; y estaban los representantes de los trabajadores, Cgt, Ctc, Cut y Cdp.

Como antecedente, los medios recordaban que solo en cinco ocasiones, desde 1996, se había llegado a una concertación: en 2000 para 2001: el 9,96%; en 2002 para 2003: el 7,44%; en 2003 para 2004, el 7,83%; en 2005 para 2006, el 6,95% y en 2013 para 2014, el 4,50%. Aunque se veía compleja la negociación, pues rondaba el fantasma de la reforma tributaria, la ministra Clara López insistía en que la linda mesa redonda iba a generar buena energía.

Tuvieron su génesis las negociaciones y el panorama era el de siempre: los empresarios con una cifra rastrera y los voceros de los trabajadores con porcentajes soñadores. Los primeros hablaron del 6,5% mientras los segundos, se fueron de una vez al utópico 14%. El año pasado no hubo nada distinto: los empresarios con el 6,8% y las centrales obreras con el 12%. Y otro año más atrás, los empresarios con el 4,2% y los trabajadores con el 9,5%. Como quien dice, cada vez las pretensiones de los trabajadores doblan las de los empresarios.

Se olvida que la Corte Constitucional fijó en 1999 los parámetros que se deben tener en cuenta para reajustar el salario mínimo en Colombia: inflación causada y esperada, productividad acordada por el comité tripartito, aporte salarial al ingreso nacional, variación del PIB, protección al trabajo, aseguramiento de una remuneración mínima vital y función social de empresa. En la teoría, estas variables se ven transparentes y humanitarias. Por eso es irrealizable que haya incremento del mínimo de dos dígitos.

Y la linda mesa redonda, nada que daba frutos. La Cut finalmente se retiró de las negociaciones y dejó la silla vacía. El analista Edwin Palma, en el portal las2orillas.co, afirmaba en su columna que “si se quiere cambiar algo en estas negociaciones para que haya un giro histórico hay que cambiar la fecha de negociación. Empezar en septiembre u octubre, ya que diciembre es un mes muy complicado”. Todo se perfilaba para fracaso y perdedera de tiempo.

Hasta que vino el decreto del alza del 7% y no funcionaron la mesa redonda ni el sitio neutral. El mismo fiasco que vivió Lucho Garzón. Pura botada de corriente. La ministra les pidió a los trabajadores que entendieran a los empresarios. Pura retórica. Al terminar todo en un decreto, la Cut culpó al gobierno de montar un sofisma de distracción para el país. Hace dos años escribí sobre lo mismo, que cobra vigencia: “Lenguajes diferentes, temores distintos y orillas que divergen. Por eso se habla de un sainete, repetido y siempre nuevo. Otros, con algo de eufemismo, se refieren a puja”.

Siempre vivimos lo mismo: unos en la estratosfera pidiendo cosas ilusas y otros, en la sima, ofreciendo todo por el suelo. Para negociar se necesita sensatez y ello riñe con propuestas descabelladas. ¡El tipo de mesa es lo de menos, señora ministra!