Por: Jaime Jaramillo Panesso
Vestido con una guayabera blanca, con aplicaciones plateadas y de manga corta, un reloj acerado y manilla metálica marca Omega en la muñeca del brazo izquierdo, barba abundante y canosa, aros dorados en sus lentes que se oscurecen automáticamente al exceso de la luz solar, Don Rodrigo Londoño, alias Timochenko, concedió en días recientes una entrevista a una revista capitalina de amplia circulación. Es una pieza de humor o un documento sorprendente, depende de cristal con que se lea. Se trata, en todo caso, de presentar a un nuevo y desconocido comandante de las Farc que desea complementar la imagen de la guerrilla, imagen pulida y modernizada que pide tener cabida en la Colombia del 2016.
Timochenco administra una dialéctica con la cual limpia a las Farc de sus crímenes y, de manera inteligente, redefine tesis y acontecimientos de la guerra para convencer a la ciudadanía de que las Farc no son tan malas:” estamos en desventaja porque se ha logrado imponer en la sociedad colombiana y en el mundo una narrativa distorsionada del conflicto”. “Nosotros nunca desarrollamos la guerra para generar terror a la población, desarrollamos la guerra como un objetivo político”. Con esta afirmación descabeza uno de los principios fundamentales del marxismo leninismo: la lucha de clases debe llevar a la destrucción de enemigo, los propietarios, no importa cuales sean los medios. Lo importante son los fines: la toma del poder. Y al responder si el secuestro fue un error, contestó: “Mirándolo desde aquí y a estas altura, si hombre. Si tocara volver a reiniciar, yo creo que no lo volveríamos a hacer.”
Timochenko sigue abriendo las puertas de su alma ideológica y política: “si nosotros fuéramos narcotraficantes ya no seríamos revolucionarios porque sería algo incompatible”. ”Vamos a hacer política sin armas. Nosotros no nos vamos a desmovilizar. Nos vamos a movilizar políticamente”. El periodista le pregunta: ¿ustedes qué visión tienen del capitalismo y la libre empresa? Contesta el comandante: “Nosotros nunca hemos dicho que estamos en contra la propiedad privada. Lo que estamos es contra la sobre explotación de la gente…..Desarrollemos la actividad agrícola, traigamos el capital que sea necesario y donde esté, nacional o extranjero, pero en qué condiciones”.
Don Rodrigo Londoño se adentra en los espacios de la convivencia, que se estrechen los lazos y que rescatemos y logremos acabar con esa cultura de la violencia. Y a Uribe le manda un recado: “aquí hay una posibilidad histórica de ayudar a la reconciliación de los colombianos, no la desaprovechemos”.
La lectura de las ideas y propuestas del Jefe guerrillero dejan el sabor de una larga reflexión: quiere impactar a la sociedad con rectificaciones y proposiciones que nunca antes expuso públicamente. ¿Son creíbles sus propuestas revisionistas en momentos de preacuerdo, cuando aparecen encuestas de la baja confianza que despiertan los diálogos de La Habana? ¿Sus palabras servirán para despejar el contenido farragoso, fangoso y a veces ininteligible de los documentos que se elaboran en la mesa de negociación? La habilidad retórica de sus compañeros negociadores coinciden con las del Jefe militar de las Farc, hasta el punto de convencer al grupo de empresarios vernáculos del país paisa, que en compañía de un rector universitario como traductor, regresaron de La Habana ungidos de santa expectativa. Estos hechos hacen parte de “la ofensiva final” que nos llevará al plebiscito. Habremos de esperar el texto definitivo del tratado de paz que se complementa con la entrevista aquí sintetizada del No. 1 de las Farc. Si esa violencia revolucionaria que cobró tantas vidas y desgracias se explica e interpreta en la lúcida entrevista a Timochenko, es una tragedia sin terminar que se hubiera podido detener si no hubiera primado la tesis de la toma del poder por medio de las armas. Y si el Estado y la sociedad nuestra hubieran actuado con sentido oportuno social, político y militar. Pero dejaron las soluciones para el día siguiente, mientras se repartían el presupuesto, los contratos y el agua bendita.