Muy interesante y cautivadora para la reflexión de periodistas, políticos realmente decentes y coherentes y para la ciudadanía pensante y respetable, la columna del comunicador y escritor Iván Guzmán en la que comienza con la contundencia de esta afirmación: “La postverdad o mentira emotiva, pariente cercana del populismo, es una trampa para las democracias en el mundo y un pantano oscuro, sórdido, para nuestro amado periodismo”.

Según Iván Guzmán, la postverdad tiene un tremendo “poder corrosivo y asfixiante en la vida social, económica, periodística y política de los pueblos”.

Se refiere, por ejemplo, a los gobernantes que tienen la “perversa y hasta criminal” costumbre de distorsionar la realidad con “estadísticas falsas, verdades escondidas o simples falacias, donde las mentiras que se inventan para ocultar la verdad, son repetidas hasta la saciedad, obligadas a repetirse por los palafreneros de turno”. Pero es la costumbre de la mayoría de los políticos, la cual se evidencia de manera descarada y abusiva cuando terminan haciendo oposición al gobernante de turno y se vuelven los expertos en el uso de la “mentira emotiva”, tan eficaz en el populismo.

Congresistas, diputados y concejales que pierden toda la vergüenza y olvidan principios y valores, desconociendo dolosamente “hechos objetivos, ciertos, fácticos”, convirtiendo en “verdad” afirmaciones falsas contra el gobernante de turno y su equipo de trabajo, con la firme intención de hacer daño, no de construir. Las falacias de estos populistas son aceptadas como verdades por su séquito que las multiplican por sus redes sin digerirlas, causándole un gran daño a la democracia.  

Esta es una realidad ineludible que Iván Guzmán respalda en afirmaciones como las de Alex Grijelmo, periodista de El País de España, quien asegura que “la era de la postverdad es en realidad la era del engaño y de la mentira; pero la novedad que se asocia a ese neologismo consiste en la masificación de las creencias falsas y en la facilidad para que los falaces prosperen”.

“Pero si la postverdad constituye un peligro para las democracias, en el sentido de posibilitar el acceso al poder de toda suerte de cacasenos y timadores –escribe Guzmán-, no lo es menos para nuestra profesión de periodista, en el sentido que uno observa una captura masiva de colegas que le hacen el juego a gobernantes de moral repulsiva, al convertirse en mamparas y hasta predicadores de mentiras, en el afán de cuidar la imagen del jefe, el puesto, la reputación del medio o la imagen de la marca”.

Precisa que “la postverdad es la expresión del mal periodismo o de la muerte del periodismo, si no nos ponemos serios”, citando a Faride Zerán, vicerrerectora de Extensión y Comunicaciones de la Universidad de Chile y Premio Nacional de Periodismo 2007, quien advierte sobre la necesidad de prestarle atención al fenómeno de la masificación de las redes sociales, porque “en el anonimato de las redes se esconde mucha basura pero, por sobre todo, mucha mentira disfrazada de información seria. La postverdad ha sido definida como el espacio donde la información y los datos duros (ciertos) pesan menos que las emociones, el resentimiento, o lo que cada uno cree o intuye o imagina”. La postverdad, dicen Zerán y Guzmán, está golpeando la esencia del periodismo, que “radica precisamente en la confianza y en su dimensión ética y demanda de veracidad”.

“Sólo el periodismo salvará el periodismo”, dijo Rodrigo Pardo que rezaba una gran pancarta en un certamen académico en Londres donde se analizaban las redes sociales y la postverdad. Pero, refiriéndose al periodismo capaz de recuperar su esencia: confianza, credibilidad y respeto por su seriedad, responsabilidad y compromiso con la verdad y con su dimensión ética.  

Insiste Iván Guzmán en que “la postverdad o mentira emotiva, pariente cercana del populismo, es una trampa para las democracias en el mundo y un pantano oscuro, sórdido, para nuestro amado periodismo”.

Pero el buen periodismo, ese capaz de ir a su esencia, logrará recuperar su patrimonio más valioso, que con seguridad no tienen las redes sociales y la postverdad: la credibilidad. En consecuencia, el periodismo será fundamental en el fortalecimiento de la democracia, pues la ciudadanía pensante y responsable ya no será manipulada por la mentira emotiva, pariente cercana del populismo, tan desvergonzadamente usado por politiqueros que buscan erigirse en caudillos de causas populares fácilmente manipulables por sus emociones, el resentimiento o sus creencias e imaginaciones.