Por: Gustavo Salazar Pineda
Al terminar el siglo pasado, el conde Lequio, playboy italiano afincado en España, reveló en un libro a manera de memoria, que todos nos prostituimos, todos vendemos una parte de nuestras vidas. Han pasado dos décadas desde que la sentencia acuñada por este personaje parecía una exageración, pero hoy, muchos pueden estar perfectamente de acuerdo con quien ha sido considerado un superficial ejemplar del jet set internacional.
A lo largo de la historia se ha creído, equivocadamente, que la prostitución está relacionada únicamente con la venta que del cuerpo hace la mujer sin caer en la cuenta que casi todos los humanos vendemos fuerza de trabajo, energía, carisma, conocimientos, por medio de algún músculo de nuestra anatomía. No está de más recordar que un médico, un ingeniero, un abogado o un economista vende lo que sabe y tiene almacenado en su cerebro, músculo que nada tiene diferente a la vagina que también es vendida, como quiera que el músculo sexual es más una práctica atlético sexual que un disfrute erótico espiritual, al menos para la dama o el caballero que vive de explotar su encanto.
Hace unos 50 años que un economista de la Universidad de Chicago concibió la inhumana y desastrosa teoría del neoliberalismo, consistente en el recorte de derechos y prebendas para los trabajadores y la concentración del capital en grandes empresas del área financiera. La tesis neoliberal fue traída a Colombia por el entonces presidente César Gaviria Trujillo y el lema de su cuatrenio fue “Bienvenidos al futuro”. No agregó, sin embargo, el que se ganó la presidencia por el azar del asesinato del candidato presidencial Luis Carlos Galán, que el porvenir de la economía para el pueblo y la clase media sería desastroso y anuncio del buen augurio de un mejor mañana era para la banca nacional. Milton Friedman concibió el neoliberalismo desde su conocida Escuela de Chicago para los conservadores presidentes de los Estados Unidos, Ronald Reagan y del Reino Unido, Margaret Thatcher. A partir de la implementación de las ideas neoliberales muchas actividades y empleos se prostituyeron de manera excepcional. La educación, especialmente la superior, pasó a ser la mercancía más vulgar que jamás pudo haberse concebido; la vieja universidad medieval, administrada por monjes y sacerdotes, con muy buen contenido humanista y alejada del cálculo económico y material, pasó a ser un centro académico con ánimo de lucro en el cual se negocia y se vende el conocimiento a un precio exorbitante, sin que cuente el graduado con la posibilidad de encontrar en el mercado laboral un buen empleo que le devuelva la altísima inversión y derive de su profesión ingresos para una vida digna, acorde con su condición de egresado universitario.
Con la salud ocurrió otro tanto, la vieja concepción del médico humanista, de familia, amigo del paciente y devoto sacerdote del legado del galeno, cedió el paso al rentable e inhumano sistema de EPS o empresas prestadoras de salud, concepción brutal de la venta al mejor postor del servicio de la medicina. La ganancia, la rentabilidad y la acumulación de beneficios económico, es lo que cuenta no salvar la vida del paciente o mantener un buen nivel de salud al usuario.
Con el fútbol pasó igual fenómeno, hubo un tiempo en el que el deporte de masas por excelencia, el balompié, era una actividad lúdica, espiritual, de unión y comunas de barrios, calles, ciudades y países en que lo importante era la competición y el placer de jugar y no el resultado ni la ganancia multimillonaria de empresarios como está concebida en la actualidad y explotada por políticos oportunistas, dictadores del momento o gobernantes populistas. No hay que ser marxista para entender que el capitalismo es un feroz e inhumano sistema en el que todo se compra y todo se vende y cualquier persona, gústenos o no, tiene su precio.
Convertir las actividades más espirituales y lúdicas en vulgar mercancía es otra de las perversiones del capitalismo. El Papa Francisco lo ha dicho con la claridad intelectual que lo caracteriza: “El capitalismo utiliza el capital para someter u oprimir al hombre”.
Poéticamente, Jean Paul Sartre, afirmó del deporte más popular del planeta: “El fútbol es una metáfora de la vida”. El gran director de cine italiano, Pier Paolo Pasolini, no fue menos poeta cuando dijo: “Los momentos del gol, el fútbol que expresa más goles es el fútbol más poético”. Antonio Gramsci, siguió la línea de Sartre y Pasolini: “El fútbol es el reino de la lealtad al aire libre”. Pero de esta romántica concepción del bello juego queda poco. Havelange, Blatter y sus secuaces lo prostituyeron hace muchas décadas y lo volvieron un negoció que enriqueció a decenas de dirigentes de la Fifa y demás asociaciones de fútbol de otros países. Bastan dos declaraciones de futbolistas insignes de renombre mundial para saber en qué terminó el deporte que mueve miles de millones de personas y de dólares y euros en el orbe: “El fútbol como diversión? Sería lindo recordarlo más veces, pero hay tanto negocio, tanto dinero, que perturba”, dice Diego Forlán. Su tocayo, Diego Milito, dijo que “la presión viene por todos los lados, quedar afuera de la Champions significa mucho dinero perdido para el club, son cosas que al jugador lo afectan y dentro del campo sentís ese miedo que te impide jugar”. Con el amor pasa lo mismo, por tanto, extraña a alguien que las mujeres vendan su cuerpo por dinero?