Carlos Mario Montoya

Por: Carlos Mario Montoya

Poco o tal vez nada conozco de los lineamientos éticos o de los compromisos morales que rigen, o a los cuales se comprometen los periodistas de profesión o los comunicadores por formación. Creo que deben existir unos parámetros sociales y mundialmente reconocidos y aceptados por el gremio. Por supuesto es una suposición que se fundamenta por lo menos en lo que sucede con nosotros los médicos: cuando nos graduamos hacemos en todo el mundo el Juramento Hipocrático, que ha de regir nuestro comportamiento social y profesional; y además estamos sujetos a un código de ética médica, que en Colombia es Ley de la República y con base en el cual, se juzgan nuestras actuaciones profesionales.

Aunque confieso mi desconocimiento, creo que hay un principio universal que trasciende las profesiones, y es el respeto por las personas, respeto que en mi parecer, para el caso de los periodistas surge en gran medida de otro principio universal que es la verdad, pero la verdad verdadera, aquel “juicio o proposición que no se puede negar racionalmente” según la RAE y no la verdad subjetiva, que algunos profesionales de la comunicación asumen como su definición más válida “Conformidad de lo que se dice con lo que se siente y se piensa” según la misma fuente.

Si bien no se les puede pedir a los comunicadores y/o periodistas que dejen de ser quienes son y de creer en lo que creen por el ejercicio de su profesión, si se les debe exigir objetividad y la obligación de “corroborar” su verdad para que esta realmente lo sea. No se debería permitir como viene sucediendo, que por la simple animadversión de un profesional de la comunicación con un sector de la sociedad y en particular con la clase política, los traten como les parezca, en muchos casos con improperios y señalamientos generalizados que maltratan sin discriminación. Pero mucho menos se debería permitir, que por un interés particular del profesional o de un sector que represente formal o informalmente, quiera acabar con la vida, bienes y honra de alguien que decida ejercer la política y que en el sentir de ellos, atenta contra sus intereses o los de quienes representa.

Común se ha vuelto la creencia en algunos profesionales de la comunicación, que ellos son los poseedores de la verdad y abusan de la influencia en la opinión que tiene el medio en el que participan, lo que los hace igualmente responsables de este despropósito. No pueden los periodistas excusarse en la libertad de expresión y en la libertad de prensa para condenar a quien ni siquiera ha sido denunciado y mucho menos juzgado, por el simple hecho que a él, al periodista, o a su entorno no le parezcan los postulados del uno o del otro; eso no es respeto a la verdad, porque esta supuesta verdad, como ha sucedido en muchos casos es “negada racionalmente” con los argumentos y las pruebas, en cuyo caso, difícilmente e investidos de la equivoca propiedad de la verdad, lo que los hace sentir omnipotentes, son capaces de corregir.

Hemos llegado al extremo no de temerle a los medios, a los que tampoco deberíamos temerles si actuamos con la verdad, como mecanismos para difundir la realidad o para opinar sobre ella, sino a temerle a ciertos periodistas a quienes su medio y la audiencia de este, los ha hecho creerse el cuento de poseedores de la verdad, su verdad, que en muchos casos no es la verdad verdadera sino la que le interesa a ellos o a sus representados.