Gustavo Salazar

Por: Gustavo Salazar Pineda 

He comprendido desde mis primeros años de razonamiento que la vida sensatamente loca, soñadora, curiosa y matizada de buen humor conlleva a los máximos topes de alegría, dicha y felicidad. A mi juicio no se puede vivir una buena vida si no se tiene un sentido del humor que no raye en la payasada; una curiosidad por la naturaleza, las personas, los lugares, las ciudades, la ciencia y otras manifestaciones del pensamiento sin llegar a ser exagerado erudito o conocedor extremo de todo si no se vive un poco con pasión, con locura, con romanticismo y soñamos con proyectos y disfrutamos de ellos, sino andamos por la vida curioseando, escarbando, aventureando lo que vemos a nuestro alrededor.  Quiere decir lo anterior que para vivir bien y adecuadamente nuestra existencia debemos hacer lo contrario que está haciendo el hombre y la mujer modernos, que están perdiendo progresivamente el sentido del humor, utilizando cada vez menos la curiosidad personal para descubrir el mundo, teniendo menos sueños y realizándolos en poca cantidad o existiendo de una manera alocada, díscola, desestresada, tranquila y relajada.  Mala fama tienen las personas locas, aquellas que expelen alegría, rezuman vida y viven sueltas física y mentalmente; al contrario, gozan de buena reputación los serios, los encorsetados, los encopetados, los estirados.   Siento simpatía y predilección por los primeros, me producen compasión los segundos.

No se puede vivir bien ni tener una vida bienaventurada sin una filosofía de vida alegre, moderadamente frívola, distendida y descomplicada.  Cuándo podrán entender ciertas gentes, especialmente algunos burócratas y empleados a sueldo que venden su destreza laboral, que ello implica ser amable, juguetón, soñador, díscolo y de buen humor y no un tipo déspota, frío, distante y poco generoso en trato con quien pide sus servicios.  Los ejecutivos, disciplinados, obedientes, uniformados, extremadamente serios y poco risueños no es el ejemplar a mostrar del buen gozador de la vida.

Las pequeñas travesuras, las chanzas no extremas, la sencillez en el cotidiano vivir y una sana locura no extrema, hacen del ser que las practica un aprendiz del arte del buen vivir.  Lo dijo hace muchas décadas el escritor y pensador que supo combinar el estilo de vida chino con el norteamericano, Lin Yutang:   “El mundo, creo, es demasiado serio y para ser demasiado serio tiene necesidad de una filosofía alegre y sagaz”.  Buen consejo e inmensa receta para el arte de saber vivir para muchísimos ejecutivos, empleados de la burocracia estatal o empresarial y para millones de jóvenes y adultos que pueblan las grandes urbes modernas.  El sentido tragicómico de la vida como lo concibió Miguel de Unamuno o lo retrató Pedro Calderón de la Barca, pueden calmarse con una filosofía alegre, sabia y sencilla de los pensadores griegos, chinos e indios.

Tomarnos la vida con más ligereza y sencillez, pensar que no somos el centro de la vida, que apenas representamos una millonésima parte de una partícula del universo, nos hace aptos para el arte del buen vivir, filosofía que no practican ciertos hombres de negocio, algunas mujeres de la farándula o conocidos actores, estrellas del balompié u otras actividades deportivas.

El planeta se ha vuelto cada vez más bélico y poco apto para vivir en razón de los cínicos y vanidosos que nos gobiernan y algunos orientadores de la opinión pública que nos imponen sus puntos de vista personales y superficiales a cerca del arte de vivir.

El mundo está repleto de vidas tensas, de individuos preocupados, perturbados psicológicamente y por ello se ríe menos y se riñe más.  En estos tiempos por doquier existen guerras, conflictos y disputas.   La paz mundial es un anhelo grande que parece está lejos de ser un estado conquistable.  Un temperamento razonable y pacífico, un carácter dulce y apacible hacen de la mujer una hermosa criatura o del hombre un encantador individuo.  Los modos de ver la vida humana de los griegos, los chinos y los egipcios son mis favoritos.  Los ingleses, los japoneses y los norteamericanos me producen desazón y poca admiración.  Respeto a los que como muchísimos de los jóvenes de hoy, siguen los modelos vivenciales de los segundos, tan expandidos en el planeta y copiados por millones en el mundo.