Por: Luis Pérez Gutiérrez
La Autoridad es una virtud de la Democracia y es un valor superior para todo sistema de gobierno decente del planeta. Democracia que pierda la legitimidad de ejercer la autoridad es una democracia sin esperanzas. Es abrir las puertas a los horrores de la anarquía. La autoridad iguala, defiende y engrandece. La autoridad hace el milagro de garantizar que cuando ciudadanos indignados marchan por una calle, en realidad van con ellos, 50 millones de colombianos, un Estado y una comunidad internacional para protegerlo. Por eso, cada derecho que se viola, es una autoridad que se marchita.
La protesta ciudadana es un derecho inviolable, es la mejor manera de mostrar que una sociedad está viva. Bajo ninguna circunstancia se debe prohibir el derecho a la protesta. De otro lado, la legitimidad de un Gobierno es vital para ejercer con eficiencia la autoridad. Un gobierno es legítimo cuando se elige. Pero eso no basta. Todo gobierno tiene que legitimarse día a día con sus correctas decisiones de gobierno. Cuando un gobierno pierde legitimidad o se debilita, nace la protesta.
En Colombia se han juntado muchos motivos de inconformidad. El hambre de la pandemia y el recorte severo a las libertades públicas; la indignación por intentar alargar el periodo presidencial; la sensación de que el gobierno central es derrochón; la desafiante confrontación internacional entre presidentes Maduro y Duque; y la trágica reforma tributaria sirvieron de polvorín para estallar la indignación ciudadana. Si la Indignación y la inconformidad social tuvieran IVA, no se necesitaría reforma tributaria.
Cuando se tiene legitimidad para aplicar autoridad y no se ejerce, se da el primer paso hacia el caos, Y en este caos, aparece la lamentable degradación de la policía y de las fuerzas de seguridad del estado. La policía es un símbolo de heroísmo para el bien común. Pero hoy Colombia tiene una policía apocada, humillada, vilipendiada, agredida y copada. Y eso parece legal. En todo régimen, la policía tiene que ser el símbolo del orden público; de la defensa de la libertad y la tranquilidad ciudadana; así como la garante del derecho a vivir sin miedo. Si la policía no conserva la autoridad y la inteligencia para dar tranquilidad ciudadana, pocas esperanzas le quedan a una sociedad. Es urgente una estrategia inteligente, y más competitiva que la de los vándalos, para recuperar al policía como el símbolo de la seguridad ciudadana, y como imagen de la institucionalidad. Igualar a un policía con un vándalo, es un esperpento ético de la anarquía. Policía, viene de polis, ciudad, y desde la antigua Grecia eran defensores de la cultura, la alegría y la concordia.
Para poder mantener el orden público, nuestra constitución autoriza que la fuerza de la policía sea superior a la de los bandidos, pero siempre inferior a la de los ciudadanos.
Los indignados marchan pacíficamente y merecen aplausos. Los vándalos que destruyen la institucionalidad, merecen todo el rechazo y la aplicación severa de la ley. Los vándalos parecen un ejército ilegal de suicidas a sueldo.
Si los organismos de seguridad del Estado no actúan para defender a las Personas y sus bienes, nacerá la defensa propia, que es el anticipo a una guerra civil. Los colombianos necesitamos una explicación pública, cierta y seria, de quienes son los vándalos, quien los paga, de donde vienen. Si no la dan, la autoridad y el gobierno están derrotados. Cuando un gobierno se ve débil, las acciones ilegales o violentas se ve como decentes y legales. Y ahí se acaba el estado de derecho. Si dejamos que los bandidos sean los que definen la agenda del país, es porque estamos cerca al abismo.
Las crisis de la democracia solo se resuelven con más democracia. Lo único claro, es que la gente quiere y exige cambio. Si todo sigue igual, tendremos más protestas mezcladas con vandalismo a sueldo. Para proteger a Colombia, se necesita grandeza de las partes en conflicto y un liderazgo incansable del Presidente de la Republica. Cuando líderes que piensan diferente se sientan a conversar, salen energías muy transformadoras.
El Presidente debería constituir un nuevo gobierno que tenga El Rostro de Colombia, con el alto propósito de reconstruir la democracia y salvar el país de que continúe despedazándose. Hay unanimidad que la composición del Gobierno Nacional no tiene el rostro de Colombia. Para unir a Colombia, se debería constituir un gobierno nuevo, con dirigentes que representen y unan al país; que integre los líderes civilistas, sociales y políticos más influyentes para volver a creer, incluyendo la convocatoria a los jóvenes organizados y a los líderes de las protestas pacíficas, que hay que reconocerlos como exitosos. El nuevo gobierno tendría un plan de reconstrucción nacional que se cumpla con una severa veeduría ciudadana. Construir un gobierno que tenga el Rostro de Colombia, implica una repartición generosa de poderes con propósitos nobles de país.
Asimismo, la gente vive indignada con el centralismo y los altos gastos del Gobierno Central. Hay que reducir el tamaño del estado, liberarlo de tanta burocracia y gastos ostentosos. Debería hacerse un recorte inmediato de gastos en el nivel central, y que las veedurías ciudadanas sean garantes de ese recorte para no estar acudiendo a reformas tributarias indignantes. El Gobierno Central debería imponerse un recorte obligatorio de gastos de funcionamiento y burocracia de $3 billones anuales. También, la gente odia los altos costos del Congreso de la República. Cada congresista, le cuesta a Colombia $2.500 millones anuales; se debería recortar el costo de cada congresista a máximo $1.250 millones año. En total el Gobierno Central estaría ahorrando $35 billones en 10 años. Ahorro equivalente a tres reformas tributarias. Si no hay cambios, tendremos un año más de protestas.
No hay una marcha más multitudinaria que la de ciudadanos protestando amparados por la autoridad, así como no hay una soledad más impotente que la de una nación sin autoridad.