Por: Jaime Jaramillo Panesso

¿Los estallidos  se incubaron en las cuevas donde rezan los talibanes, en las mezquitas de los salafistas o en los mercados de las ciudades donde viven los radicales musulmanes? Algo debió estarse calentando en los nidos de los cuervo-gavilanes para que tuvieran la simultaneidad y la osadía del asalto y de la muerte. Pero algo más de fondo está en esas manifestaciones violentas en tierras árabes contra lo que representa el mundo occidental, dirán unos. Contra lo que significa la civilización democrática y liberal, opinarán otros. Contra el amplio espectro de las creencias cristianas, conceptuarán algunos bastantes. Lo cierto es que la detonadora película sobre Mahoma, que ha servido de razón invocadora  para los desmanes, es de tan baja calidad cinematográfica, que ese sería argumento suficiente para una protesta universal que cobijara a sus autores, actores y financiadores. ¡Es el libretista, estúpido! Y una presentación caricaturesca del Profeta ha encendido la pradera. Precisemos: no solo son víctimas las legaciones de Estados Unidos. También las de Alemania y el Reino Unido.

 

Han pasado 2.000 años que en otro acto feroz, una muchedumbre fanática en Jerusalem interétnica le gritó al Gobernador romano Poncio Pilatos: ¡crucifícale! Y no son distintos a los de hoy en la misma amplia zona de la geografía universal. ¿En dónde están las fallas de un mundo globalizado que hace pocos años creó la fantástica figura del ciudadano universal? ¿La red internacional de comunicación en vez de educar en civilización y fraternidad solo ha desembocado  en la barbarie? Las religiones siguen enquistadas en las honduras del alma humana y pueden dispararse hacia la práctica de las pasiones agresivas so pretexto de combatir  las ofensas de los paganos, o sea de los distintos.

Salta, además, la preocupante situación y conducta política internacional de los Estados Unidos, “guardián” de ese confuso orden mundial que buscamos por medio de la ONU y, gústenos o no nos guste, quien puede defendernos de los ayatolas nucleares y de los islamistas radicales que destruyen torres gemelas.

En  la más reciente entrevista, Joseph Stiglist, Nobel de economía 2001 y jefe del Banco Mundial hasta 2000 dijo lo siguiente: “Seguimos siendo la economía más grande del mundo, pero China lo será en breve y no hay nada que se pueda hacer contra eso. Ya no somos la economía que crece más rápido, ni tenemos la renta por habitante más alta. Somos la mayor potencia militar, pero no somos capaces de resolver ningún problema. Mi libro aborda esa preocupación general. Además del sentimiento de ser número uno, EE UU se veía como un país con igualdad de oportunidades, como una sociedad justa. Esos eran los principios básicos sobre los que pensábamos que nos distinguíamos de los demás. La idea de llegar a lo más alto, es una de las bases del sueño americano. Es una noción muy fuerte de una sociedad justa. Fue lo que hizo que la gente emigrara hacia EE UU, buscando sus sueños. Ya no es cierto y es devastador para el concepto que los americanos tienen de sí mismos. El sueldo de un asalariado adulto en EE UU es hoy inferior al que existía en 1968. El hijo de un empleado que entonces trabajaba en una planta de ensamblaje en Detroit gana menos que su padre. Éramos una sociedad dinámica. Pero ahora EE UU es la sociedad con menos igualdad de oportunidades entre todas las naciones avanzadas.  En lugar de una comunidad que luchó junta contra Hitler, se convirtió en cada persona luchando por sí misma. Empezaron a romperse los sindicatos.”

Con una visión como la de Stiglist, el presente y el futuro de las contradicciones violentas que tenemos en el escenario mundial no  tienen líder que las afronte,  sea cual sea el próximo presidente, Obama o Romney. Mientras tanto, Stiglist seguirá tomando Coca Cola Light. También él se cree el cuento de su dieta calórica.