Por: John Fernando Restrepo Tamayo
A todo Señor todo honor. El gobierno Santos ha cumplido su promesa: llevar a la cúpula de las Farc hasta la firma del acuerdo al cese bilateral. Este logro tiene dos grandes consecuencias: (1) pocas veces los gobiernos cumplen lo que prometen. Un gobierno suele ser una máquina generadora de promesas y un escaparate inerte para lograrlas. Aquí hay una excepción. (2) Colombia y el mundo son mejores escenarios sin las Farc.
El mejor mundo posible es que nunca hubiera habido Farc. Bajo ninguna denominación. Ni como guerrilla, ni como ejército popular, ni como cartel del narcotráfico. Las Farc han sido las tres cosas. Y en ninguna de ellas el Gobierno, en más de cincuenta años de persecución, pudo erradicarlas. Las Farc son el enemigo público, el motor de la guerra y de las deformaciones institucionales que dieron lugar a la existencia del paramilitarismo y otras perversiones. Las Farc son consecuencia y son causa. Consecuencia de la corrupción política y de la inequidad. Consecuencia de la injusticia económica a la que nos han sometido, de manera vulgar y fanfarrona, los barones políticos y sus lacayos oportunistas. Causa del horror. Causa de un fratricidio innecesario. Causa de un discurso trillado y vacío desde el momento mismo en que financiaron su guerrita con narcotráfico. Guerrita que ha atravesado más de medio siglo de historia y destinación de una parte sustancial del presupuesto. Guerrita que casi no tiene punto final. Guerrita que nos tenía al borde la locura y con la zozobra de no poder transitar el territorio por miedo a una mina antipersona.
El 23 de junio de 2016 es la fecha de caducidad de las Farc. Expedición como símbolo, como relato y como pretexto político. La foto solemne de la firma del acuerdo simboliza el fin de las Farc. Es el fin porque en últimas todo en política está amarrado a un símbolo. Las revoluciones burguesas y las marxistas no han cambiado sustancialmente la historia pero sí lo simbolizan. Los burgueses no pudieron erradicar al absolutismo pero simbolizan libertad. Los marxistas no pudieron erradicar la pobreza pero simbolizan igualdad. Los símbolos usados en la dirección correcta fundan un relato. El símbolo de La Habana tiene una dirección muy clara: señalar el fin de las Farc como posibilidad de contar otra historia social en Colombia.
Lo que ha hecho hoy el gobierno Santos es lo que ha debido hacer cualquier Gobierno a quien la inestabilidad le ha desbordado. Si un Gobierno no puede repeler por el uso de su fuerza a quien se levante contra la institucionalidad debe abandonar la cartera militar para adoptar la política. Así como las armas obedecen a una combinación de toda forma de lucha; la diplomacia y la instalación de la mesa de diálogo obedecen a la combinación de toda forma de consagración del Gobierno como único agente político. En esencia, cuando el líder rebelde anuncia el reconocimiento de la única existencia del Estado colombiano como creador del derecho, se podría decir en estricta teoría política realista, que no se ha incurrido en una rendición sino en una estrategia para asegurar lo que Maquiavelo, Hobbes y Weber definen como Estado: una entidad que concentra la totalidad de la fuerza y excluye de escena a todo posible usurpador. El medio para lograrlo es lo de menos. Lo esencial es el fin: la conservación del Estado. Y en esta ocasión se ha logrado. La tarea está hecha. Las Farc ya son historia. Lo que siga en adelante solo podrá ser llamado organización política legítima o delincuencia común.