El periodismo es fundamental para el fortalecimiento de la democracia. El periodismo libre e independiente es garantía sine qua non de ese propósito democrático. Pero la libertad de prensa no es justificación para la vulneración de principios y derechos fundamentales como el de la dignidad, la presunción de inocencia, el buen nombre, la honra y la imagen.
La clase política es la más vituperada por la prensa, bajo el imaginario -que se ha pretendido convertir en realidad incontrovertible- de que es la más propensa a cometer actos de corrupción por su cercanía al erario. Emulando a Cesare Lombroso -médico criminólogo italiano fundador de la Escuela de Criminología Positivista, quien consideraba que el criminal lo era por ciertas deformaciones craneales-, parecería que la mayoría de periodistas y la opinión pública, en general, han llegado a creer que todo el que es político o servidor público tiene tendencia a la corrupción.
Los prejuicios informativos y de opinión han generado un halo de desprestigio en la clase política, que ha llegado a producir desconfianza de la ciudadanía, materializada en apatía electoral.
Hoy, Día Mundial de la Libertad de Prensa, quiero sumarme al llamado general hacia el respeto, la defensa y la protección de la libertad de prensa. Pero, también, quiero referirme al círculo vicioso de una pretendida libertad de prensa a toda costa, con ligereza informativa e irresponsabilidad social, la misma que ha llevado a la pérdida de credibilidad de las audiencias en los políticos y la política, a la creación de una imagen mala de los políticos y de la política y al desprestigio de la clase política, lo cual ha producido desconfianza de la opinión pública que nada quiere saber de la política y, por tanto, decide no participar en las decisiones políticas.
Este es un año electoral, e ideal sería que la ciudadanía que puede decidir sobre su presente y su futuro, haciendo uso de uno de los más importantes mecanismos de participación democrática como es el voto, lo haga convencida de que la política, per sé, no es sinónimo de corrupción y de que no todos los que han decidido ser actores de la política son seres perversos que sólo quieren destripar lo público para su beneficio.
Hoy, Día Mundial de la Libertad de Prensa, quiero sumarme al llamado a su respeto, defensa y protección, a partir de un ejercicio periodístico más riguroso y responsable que lleve a la ciudadanía emprender la ruta en dirección de un círculo virtuoso que permita la recuperación de la credibilidad y la confianza en los políticos, la política y las instituciones, para que decida participar más.
Este llamado, por supuesto, no va en contravía de la importancia y la necesidad de que los periodistas cumplan con su papel veedor, fiscalizador y crítico de las acciones de los agentes públicos. Ese periodismo profundo, con análisis y búsqueda de la verdad, puesto en marcha en Colombia en torno a múltiples episodios lamentables que involucran a agentes de la política y del poder público, hay que aplaudirlo y hay que respaldarlo. Pero hay que tamizarlo y separarlo del deseo morboso con que cada mañana se levanta el País por cuenta de una cacería de brujas, especialmente contra la clase política, protagonizada por periodistas que terminan fungiendo de jueces y verdugos.
Es cierto que en ese círculo vicioso la presión social ha llevado a muchos medios informativos y de opinión a emprender una incesante búsqueda de actores y acciones corruptas en las diferentes esferas de la administración pública del País. Y está bien que haya compromiso con la búsqueda de la verdad y la defensa del interés público. Pero no está bien que los prejuicios se apoderen de la agenda informativa, porque ellos desbordan la responsabilidad periodística.
Se ha llegado, incluso, a desafiar preceptos constitucionales y legales al amparo de esa función veedora y del derecho fundamental a la libertad de prensa, negándose la posibilidad de entender, con claridad, que la libertad de prensa no es justificación para la vulneración de principios y derechos fundamentales como el de la dignidad, la presunción de inocencia, el buen nombre, la honra y la imagen.