Jaime Jaramillo Panesso

Por: Jaime Jaramillo Panesso

El ensayo nuclear realizado por el gobierno de Corea del Norte, vuelve a hacernos reflexionar sobre la catástrofe que ocurriría si se desata la tercera y última Guerra Mundial. El hombre está sobre la tierra hace unos ocho mil años en los cuales ha evolucionado en armamentos desde el garrote y el hacha de piedra hasta los misiles con ojiva portadora de la bomba atómica y la de hidrógeno. La primera y segunda guerra mundiales no fueron propiamente universales porque tuvieron como escenario las tierras europeas, básicamente, aunque la segunda alcanzó al Japón y las aguas del ancho mar que lo rodea.

La muerte  de millones  de seres humanos causados por las batallas terrestres y los bombardeos aéreos, acompañados por la tarea de extinguir a los judíos y otras minorías étnicas según la ideología hitleriana, nos mostró que las naciones con el mayor desarrollo de la cultura técnico-científica, del arte, la literatura y la filosofía, fueron a la vez los escenarios de muerte, destrucción y el desplazamiento de millones de refugiados. Una Europa arrasada es hoy una Europa revivida y presente, curada del horror, pero vigilante de los estados gobernados por sicópatas y megalómanos, frutos de partidos o de pactos hereditarios como el Presidente coreano Kim Jong-un. La respuesta inmediata del mundo, tanto occidental como del oriente, fue condenar y rechazar el desafío implícito a toda la humanidad, que representa esta acción del gobierno norcoreano. Estados Unidos fue más allá. Mostró un poderoso avión sobrevolando Corea del Sur, cargado de mortíferos misiles, en una demostración protectora de su aliado, que sería la primera y gran víctima si se desatara una agresión del gobierno norcoreano.

La especie humana podría desaparecer en una eventual guerra nuclear. La ONU, nacida para mantener una paz armada que evite una guerra de esas proporciones, no tiene en sus manos el gobierno mundial, supranacional, que además de declarar su rechazo a los presuntos ensayos nucleares, pueda sancionar y eliminar los focos in situ de estas armas. Sin embargo el Consejo de Seguridad puede hablar, hipotéticamente, por toda la humanidad. Han sido insuficientes los tratados que regulan la fabricación de ese tipo de armas y su almacenamiento.

Los movimientos sociales de los pacifistas se encuentran con obstáculos imposibles de vencer como son las naciones, modelos de estado que en el último siglo han cedido, poco a poco, sus autonomías, en favor de una mayor integración alrededor de los derechos colectivos, una moneda de circulación más amplia o de cierto tipo de justicia transnacional para delitos atroces. Algunos rasgos de las soberanías nacionales como son las instituciones militares que pujan por la construcción de laboratorios para el tratamiento de los materiales radioactivos, conllevan los proyectos de retrasados nacionalismos que afirman valores de superioridad étnica, religiosa o política como el caso coreano o el del Irán de los ayatolas, so pretexto de la defensa del pueblo y la nación.

La especie humana no puede tender a su propia inmolación con las armas nucleares. Las potencias que tienen mayor influencia en la ONU y su Consejo de Seguridad están en la obligación de presionar no solo a aquellos gobiernos que son serias amenazas para la existencia del hombre sobre la tierra, sino también para fijar procedimientos que anulen el propio armamentismo atómico y evitar su uso en un momento de locura en su administración. Mientras esas metas utópicas se cumplan en las décadas futuras, la prevención de una guerra nuclear está en manos de los gobiernos democráticos y su poder disuasivo.