Por: Jesús Vallejo Mejía

Las opiniones expresadas en esta columna, son responsabilidad de su autor

Aunque Mockus elude la polémica y afirma que mira con amor a quienes lo combaten, sus seguidores no suelen obrar del mismo modo.

Es inquietante el maniqueísmo y el mesianismo que no pocos exhiben para promover su candidatura y defenderla de los que no comparten sus aspiraciones.

Por lo que se escucha en la calle y lo que aparece en el correo electrónico, Mockus ha tocado unas peligrosas fibras emocionales, que del mismo modo que estimulan su proyecto político, podrían tener derivaciones poco halagüeñas, por decirlo con toda suavidad.

 

La imagen que se ha creado en muchos de ellos pinta a Uribe con los más negros colores de corrupción, abusos y depredaciones sin cuento. AIS, las “chuzadas”, los falsos positivos y la parapolítica han distorsionado el juicio sobre una administración que, con todos sus errores y defectos, deja un saldo favorable para el país en muchos ámbitos. Pero el odio represado y el ánimo de vindicta contra Uribe están haciendo su ominosa labor en distintos sectores de la sociedad colombiana.

Esos sentimientos negativos alientan una visión maniqueísta al efectuarse el contraste entre Uribe/Santos y Mockus. Aquéllos personifican el mal. Con Mockus, igual que con el Chapulín Colorado que él tomó como modelo cuando gobernaba a Bogotá, están, en cambio, los buenos. Seguirlo, apoyarlo, promover su candidatura, son actitudes que alimentan la buena conciencia e invitan a sentirse buenos.Suscitan satisfacción moral. Malos son, en cambio, los que descreemos de sus maravillas y si, de contera se defiende a Uribe o se está con Santos, peor todavía.

Ese maniqueísmo que se ciega ante los matices alienta una confianza inmotivada y desmedida en ese agente bienhechor, el Mesías del que se espera la salvación moral del país.

No es el caso de satanizar a Mockus ni de negarle méritos, pues si no los tuviera no estaría en el lugar que ahora ocupa en las preferencias electorales de los colombianos. Hay que reconocerle, por lo pronto, el mérito de ofrecer, como lo he dicho en otra ocasión, una lectura alternativa de nuestra realidad o, como ahora se dice, otro discurso.

Pero no podemos cerrar los ojos ante sus peculiaridades, por no decir extravagancias, así como sus limitaciones y los inciertos escenarios en que podría desenvolverse un gobierno a su cargo.

Alberto Velásquez Martínez recordaba hoy otras empresas moralizadoras en nuestro pasado político, como la de Galán.

También Gaitán y su rival, Gabriel Turbay, hicieron de la moral el centro de sus campañas en 1946. Y en su discurso de posesión presidencial en 1950, Laureano Gómez, un tormentoso moralizador, expuso una doctrina que pronto dio lugar a que el Liberalismo respondiera afirmando que con ella se daría al traste con el Estado de Derecho.

Por supuesto que la moral pública debe defenderse, sobre todo en momentos de relajación en el seno de las colectividades, pero estas campañas suscitan, de entrada, el riesgo del fanatismo, que conlleva el de la violencia. Uno y otra van da la mano.

La animosidad y la intemperancia verbal que exhiben algunos mockusistas le dejan a uno mala espina, máxime cuando se anuncia que Santos, cuyos errores suscitan dudas hasta acerca de su pericia como jugador de póker, ha resuelto destacar en su campaña a un conocido experto en propaganda negra.

Pero el riesgo mayor de las empresas moralizadoras es el desengaño colectivo. Por ejemplo, a Uribe le han cobrado hasta la saciedad su compromiso fallido de erradicar la corrupción y la polítiquería, no obstante sus esfuerzos al respecto. Y a Mockus le puede pasar lo mismo.

De creerle a Ricardo Puentes Melo, hay en torno suyo algunos elementos indeseables que participaron en el pasado en el festín de Gaviria, a quien el país no le ha hecho el juicio que merece, pues hubo en su gobierno personajes oscuros que podrían ensombrecer desde sus albores mismos las ejecutorias de Mockus, en caso de que gane las elecciones y los tenga a su lado.

No hay que olvidar que en los equipos políticos, por más exigentes que sean para el ejercicio del derecho de admisión, siempre ha habido y habrá colados. Y tampoco conviene ignorar que detrás de todo gobierno hay eminencias grises, mecenas, consejeros, paniaguados, favoritos, peones de estribo, mozos de espada, mandaderos y, como lo ha puesto de moda Uribe, hasta los famosos “lobbystas”.

Sería preferible juzgar la empresa política de Mockus, no por el paraíso moral que ofrece, sino por iniciativas más prosaicas y al mismo tiempo más viables, como las que propone acerca de la educación y la cultura ciudadana.

Dejo para más adelante algunas apreciaciones sobre su apego a la legalidad, sobre lo que podría haber más de una discusión.

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