Por: Edwin Alejandro Franco Santamaría
Aun cuando es claro que la televisión colombiana, especialmente los canales privados nacionales, está lejos de ser paradigmática en términos de programas que en calidad y cantidad sean dignos de emular o de ser comentados por la ciudadanía o por otros medios de comunicación, porque desde hace mucho tiempo sus espacios están destinados a presentar programas violentos, noticias escandalosas y sobre dimensionadas por quienes se creen dueños de la verdad absoluta: los periodistas, y a recrear la vida de personajes que tanto mal le han hecho al país y a la sociedad y cuyos destinos en lugar de estar bien dedicados al olvido y no al dulce recuerdo como todo indica, sí aparece uno que otro espacio que genera entretenimiento, que por su contenido, que a las claras muestra una competencia transparente en la que sus competidores deben sacar a flote sus conocimientos, sus capacidades y sobre todo su inventiva e imaginación para continuar en la competencia, en un tema que resulta tan llamativo y apetitoso como los mismos platos que se preparan. Es el caso de Master Chef Colombia, que se presenta de lunes a viernes, de 8 a 9 de la noche por el canal RCN, en el que los competidores, iniciados en el arte de la culinaria, se las ingenian para permanecer y avanzar en la competencia, con un jurado conformado por 3 chefs, con las mejores credenciales en la gastronomía, uno de ellos con alto vuelo internacional.
No sé si es la tercera o cuarta vez que este formato es llevado a la televisión por el mencionado canal, pero en esta ocasión los miembros del jurado, aun cuando quiero creer que en la vida real no son así, se muestran inflexibles, cortantes y hasta irrespetuosos con los cometarios que les hacen a los participantes, tan desestimulantes que desmoralizan y le dan ganas de tirar la toalla a cualquiera. Pero cualquier televidente hasta se aguanta esto. Esta pequeña dosis de este morbo tiene cierto grado de aceptación y sin lugar a dudas un alto rating. Pero lo que faltaba, como ha venido sucediendo en los últimos capítulos, seguramente por libretos impuestos al jurado por parte de las directivas del programa y del canal, es que se está conduciendo el mismo a niveles que generan malestar, envidia y enemistad entre los concursantes, al punto que se van conformando bandos, y si alguno de los que están en la pugna (no en la propia del concurso, en la que por elemental lógica la hay) no logra el respaldo de una cantidad importante de los demás competidores, se va quedando solo. Si la sola competición propiamente dicha es ardua por todas las exigencias que trae consigo la disputa, cómo será con elementos de enemistad y de envidia entre los participantes, que no es que no los haya, pero al no ser exteriorizados pasan inadvertidos, pero al ser provocados e incitados por la dinámica del concurso, se hacen evidentes y con ello la galería se siente feliz, aumenta el rating, a la espera que los concursantes se saquen los trapos al sol cada que el jurado lo propicia, cuales fieras que se despedazan ante le expectativa y los gritos del público que ansioso espera que haya vencedor y vencido. Y claro que en el concurso debe haberlos, pero no de esta manera.
Quién lo creyera, más programas educativos y de contenido cultural encuentra uno en los canales regionales, que por ser tales no tienen la misma teleaudiencia que los nacionales y que han sido desdeñados por mucha gente al no encontrar en ellos programas de su “interés”.
Qué lástima, que lo que se erigía como una opción un poco distinta, saludable y recreativa de televisión se haya vuelto el lugar donde se expresen una cantidad de sentimientos de los que estamos cansados, que por muy difíciles que sean de erradicar en los humanos, no deberían ser replicados y recordados en la televisión.
No soy buen televidente, pero para poder hacer estas afirmaciones si me doy a la tarea de ver varios capítulos.