Edwin Franco

Por: Edwin Alejandro Franco Santamaría

No hay duda que Medellín es una gran ciudad para vivir, para estudiar, para trabajar, para los que vienen de paseo y en general para lo que se quiera, porque la gente es amable, hay muchos sitios a dónde ir, hay excelentes medios de transporte y el clima también ayuda.

Históricamente, ha sido presentada como la segunda ciudad más importante del país, detrás de Bogotá y por encima de Cali, Barranquilla y Bucaramanga.   Con relación a estas ciudades en algunos aspectos es primera:   es la única que cuenta con un tren como medio masivo de transporte, y en general, con un gran sistema de transporte; tiene las Empresas Públicas de Medellín, que según se ha dicho son modelo en toda América Latina en la prestación de servicios públicos domiciliarios.

Normalmente este tipo de cosas, que son evidentes ante los ojos de todo el mundo, son las que la gente estima son determinantes para medir el nivel de avance y de desarrollo de una ciudad, y sin lugar a dudas, son un factor que contribuye a ello y de paso se constituyen en un acicate para decidir estar o vivir en ella.   A lo que habría que sumarle grandes obras, avenidas, modernos edificios públicos y privados.

También es innegable que en barrios periféricos se han hecho espacios como bibliotecas, parques y el metrocable, que en algo han mejorado las condiciones de vida de quienes allí habitan, y en muchas cosas se ha avanzado con respecto a como se estaba antes y a otras ciudades, que con el paso del tiempo van para atrás en lugar de hacia adelante.   Bogotá es un caso paradigmático.

Todo esto ha hecho que Medellín haya sido declarada la ciudad más innovadora del mundo, por encima de Tel Aviv y Nueva York, ciudades a las que superó para obtener tan rimbombante título.

Pero otra es la situación en lo que a necesidades básicas se refiere y a la satisfacción de las mismas. En una reciente entrevista dada a un canal regional de Antioquia, decía el candidato a la alcaldía de Medellín, Federico Gutiérrez, que en la ciudad alrededor del 10% de la población no cuenta con servicios públicos de acueducto y alcantarillado, es decir, más de doscientas mil personas no cuentan con servicios básicos como estos, que deben ser vitales e infaltables en la vida de cualquier ser humano.   He sostenido hace muchos años que es inconcebible que un ser humano, por humilde que sea, no pueda comerse dos o tres platos de comida al día, tener un lugar decente donde dormir, bañarse y hacer sus necesidades fisiológicas.

Escuchando esto, veo que todavía hoy siguen vigentes ideas por las que luchaba hace 30 ó 40 años el médico y defensor de derechos humanos, Héctor Abad Gómez, quien, según su hijo, Héctor Abad Faciolince, en su libro El olvido que seremos, (que leí hace algunas semanas), abogaba por una medicina social, que en lugar de tratar o curar enfermedades originadas por la falta de agua potable y de servicios básicos, se dispensara a las gentes más necesitadas estos servicios, que por demás no es ningún favor que se les hace, la condición de seres humanos y su dignidad así lo exigen.

En contraste con lo anterior, en muchas cárceles del país, y no es un secreto para nadie, muchos criminales viven mejor y están en mejores condiciones que el más humilde de los trabajadores que se gana honestamente la vida y que respeta la ley. Semejante panorama debe tener un fuerte rechazo jurídico y social.

Otra de las razones por las que Medellín se ganó tan honroso título es por haber bajado los índices de criminalidad.   No hay que ser un experto en estos temas para entender que es mucho más fácil saber cuándo estos índices aumentan que cuando disminuyen.  Desde luego que las autoridades se valen de sus métodos y sus encuestas para mostrar que la delincuencia ha disminuído, de las que por supuesto es válido descreer, pues la realidad indica otra cosa.

La semana pasada, a un obrero que se desplazaba en un bus de Envigado hacia Medellín, le fueron amputadas sus dos piernas, porque los delincuentes que se subieron al bus a atracar los pasajeros, por este oponer resistencia a entregar setenta mil pesos que llevaba para procurarle comida a su mujer y a sus cuatro hijos, le inyectaron una sustancia todavía no identificada por los facultativos.   Y el hecho sigue impune. Si esto pasa viniendo de Envigado a Medellín.

Paradójicamente, Medellín se gana un premio internacional por hechos que no tiene resueltos, como los acabados de mencionar.

Si se quiere que Medellín sea la ciudad más “innovadora del mundo” necesariamente tendrán que resolverse en un alto grado problemas de esta naturaleza. Ojalá el próximo burgomaestre se ocupe se resolver tan esenciales asuntos, porque innovar no es solo construir calles, puentes y avenidas, sino, y de qué manera, el mejoramiento de las condiciones de vida de los habitantes de la ciudad.