Por: Rodrigo Pareja
Mientras en otras culturas se rinde culto a los ancianos, se valora y acata su experiencia y se reconoce en ellos algo fundamental para el progreso y desarrollo de sus naciones, Colombia se da el lujo inaudito de desecharlos y arrumarlos como muebles viejos en cualquier bodega.
La longevidad en esos confines es una situación normal del hombre que no es causa de menosprecio, de burla o de desinterés, y por el contrario es como una especie de sello que otorga respetabilidad y acatamiento.
En esta nación, sin embargo, cualquier aparecido o perico de los palotes con tal de tener alguna figuración o por dárselas de novedoso y modernista, pretende sin más ni más, acabar de un solo plumazo trayectorias y ejecutorias que por sí solas merecerían en otras latitudes un reconocimiento.
Como buen político y hombre público Germán Vargas Lleras – nada longevo, eso sí– no es monedita de oro para gustarle a todo el mundo, y puede tener tantos amigos como enemigos, pero negar que es de los pocos líderes que hay ahora en el país es querer tapar el sol con las manos.
Pretender relegarlo al ostracismo y negarle la posibilidad de acceder a la presidencia de la república por un regionalismo mal entendido, por el atrevimiento de un mediocre o por la malquerencia sin fundamento de alguien sin mayores méritos, es un caso que solo puede presentarse en una nación como Colombia, que ha tenido el lujo o la desgracia de darse como presidentes a algunos que causarían risa o lástima en otros países.
El senador Armando Benedetti, cuyo paso por el Congreso podrá condensar la historia futura en dos o tres líneas, quiso –y dice que todavía quiere – atajar una muy posible candidatura presidencial de Vargas Lleras, con la peregrina tesis de que ejecuta y presenta obras, como le corresponde por su responsabilidad de hombre público.
Para el pintoresco senador costeño fuera preferible traer a la consideración de los colombianos un pálido y a la vez oscuro personaje de su región, hace años arrullado entre rumores de una aspiración presidencial, a la cual como se dice en Antioquia “le falta mucho pelo pa’l moño”.
Como será de estúpida y traída de los cabellos la pretensión de Benedetti, que hasta el ex presidente y ahora senador, Alvaro Uribe, acérrimo enemigo político de Vargas Lleras, salió a criticarla, desautorizando además a algunos de seguidores que se habían precipitado a respaldarla sin contar con la voz del amo, en una situación que confirmó una vez más que la bancada del Centro Democrático la integra un solo senador que actúa, piensa y dispone por sus restantes 17 amigos.
El que debe estar feliz con la sandez de Benedetti es el procurador general de la nación, “Zeus” Ordoñez, apoltronado en su inaccesible trono del Olimpo desde donde imparte anatemas, excomuniones, aprobaciones o aceptaciones a placer, de acuerdo con sus gustos y cálculos hacia el futuro.
Si en esa deleznable tarea de eliminar a papirotazo limpio posibles adversarios que le tuerzan sus aspiraciones presidenciales en el 2018, el nuevo Zeus cuenta con la torpe complicidad de quienes se dicen liberales y demócratas, apagá y vámonos, y a rogar para que Colombia no regrese, en pleno siglo 21, al oscurantismo y la inquisición.
El vulgo suele afirmar que los errores se pagan con plata, y eso está bien y es válido en el diario ajetreo, pero en el concierto macro de una nación las malas decisiones, por ejemplo sacrificar líderes preparados, no se pagan con dinero sino con ciclos enteros de desolación y mal gobierno.
Mientras un país atestado de problemas reclama y espera de sus dirigentes soluciones y planteamientos audaces e imaginativos para superarlos, algunos prefieren dedicarse a la menudencia personalista e improductiva, con tan de saciar su afán de fugaz figuración mediática.