Por: Rodrigo Pareja
A escasos diez meses de la cena definitiva que van a engullir los antioqueños el próximo 25 de octubre, la mesa está servida y el bufete del cual van a escoger cuenta ya con los principales elementos que conforman el apetitoso menú.
Es muy posible que todavía falte algún producto o condimento con el cual adicionar lo ya dispuesto para la gran cena electoral, pero casi podría asegurarse que con lo que hay ahora en las bandejas habrá consumirse el esperado banquete.
Para gusto y regusto de los politólogos de oficio y de los que sin serlo se consideran tales — es decir los cocineros — lo ofrecido hasta el momento tiene carnes, arroces, verduras, salsas, frituras y condimentos para todas las hambres y apetencias, aunque algunas puedan llegar a caer mal en ciertas digestiones.
Salidos de la ficción gastronómica y aterrizados en el mundanal escenario de la política regional, con lo que está ofrecido hasta el momento para la renovación en octubre de los mandatarios regionales, puede conformarse sin duda alguna, salvo sorpresas de último momento, el mejor de los carteles, aunque al final solo dos serán la cabeza de los mismos.
En esta ciudad cualquiera que tenga acceso a un micrófono, o envíe una carta a la dirección de algún periódico, o salude y tome tinto con el primer concejal, diputado y congresista que se encuentre, queda convertido de inmediato en “politólogo” y se cree con derecho a pontificar ex cátedra y a lanzar bendiciones y anatemas, de acuerdo con la bilis que en su interior albergue.
Eso del necesario grado en ciencias políticas, o tener a su haber algunas nociones básicas de sociología, economía, historia y otras ciencias sociales para ejercer de politólogo, de acuerdo con la más elemental definición del oficio, no va con esos audaces que babosean todo el día y a toda hora y se creen poseedores de la verdad revelada.
El columnista no es ni posa de experto en política, y no le da ni frío ni calor si cualquiera desayuna, almuerza o llama por teléfono a alguien; si visita o deja de ir a algún directorio, de los tantos de garaje que existen en la ciudad; si decide permanecer o abandona determinada agrupación o secta; o si finalmente saludó o dejó de saludar a equis personaje.
Esas trivialidades de ocurrencia diaria la magnifican, ensalzan o minimizan esos “politólogos” baratos venidos a más, prevalidos en el hecho de que cualquier cosa que digan, por estúpida que sea, ningún contratiempo va a ocasionarles y a nadie tendrán que responder por ella.
Sin embargo con la ingenuidad de un lego en la materia y muy lejos de tener las capacidades de esos expertos de pacotilla, hay campo suficiente para formular algunas preguntas relacionadas con el acontecer futuro, antes de que se defina la suerte de quienes hoy aspiran, unos con más méritos que otros, a regir los destinos de Medellín y Antioquia a partir del 1° de enero de 2016.
Por ejemplo, la alianza AMA, hoy extinguida políticamente, podrá derivar en una eventual alianza ALFA — Alvaro-Fajardo — que según algunos sería inderrotable y pondría a Juan Carlos Vélez como alcalde de Medellín y a Federico Gutierrez como gobernador de Antioquia ?
Hacia dónde se dirigirá el guiño del alcalde Aníbal Gaviria, dos de cuyos pupilos – Claudia Restrepo y Carlos Mario Montoya – aspiran ? Y en el ámbito liberal cual será su opción entre Bernardo Guerra, Aura Marleny Arcila y Eugenio Prieto ?
Y pasar de cien mil a un millón de votos si le será posible a Liliana Rendón, ahora sin la égida protectora de Luis Alfredo Ramos ?
Y la Unidad Nacional con tres candidatos liberales, más los de la U y posiblemente el conservatismo, cómo hará para definir sus piezas principales ?
Y los independientes de todos los matices y colores – huérfanos individualmente de capital electoral – que harán para hacer fuerte a alguno de ellos ?
Por ahora lo que está claro es que hay candidatos, candidotes y candidaticos.