Por: Balmore González Mira
En un país de leguleyos lo mínimo que puede pasar es que la mitad más uno de los ciudadanos opine sobre lo divino y humano. Y frente a esta aseveración no ha sido ajena Colombia en el caso de las renuncias y aceptaciones de las mismas, ni tampoco en temas de denuncias por presunta participación en política. Yo tampoco seré la excepción y esbozaré mi opinión.
Los casos más sonados en renuncias, son los del (ex) magistrado Ovidio Claros y obviamente, por su connotación, el del (ex) Vicepresidente, Germán Vargas Lleras. Tampoco se escatima esfuerzo de nadie en denunciar a diestra y siniestra a quien pueda ver como su oponente, adversario o competencia. En el primer evento el magistrado renuncia a su cargo para aspirar a Cámara o Senado y por falta de quórum en el Congreso no puede aceptársele la renuncia; salen tirios y troyanos, unos a atacar, otros a defender y algunos otros a celebrar porque el renunciado no podrá aspirar y así no le quitará la oportunidad a alguno con que quiera competir en 2018. Exposiciones y conceptos jurídicos brotan por doquier para justificar en uno u otro caso que mientras la renuncia no se acepte, el personaje de marras sigue siendo funcionario público. Hay quienes esbozan que la renuncia tiene que ser aceptada y que de no ser así el servidor público, no solo quedaría inhabilitado, si no, obligado a permanecer en un cargo en el que por el motivo que sea, no quiere estar. Estas mismas mezquindades fueron expuestas en el caso de la renuncia del (ex) Vicepresidente, al cual le agregaron que como había sido elegido para cuatro años, no podía renunciar. ¿Cuántos Congresistas elegidos para cuatro años han renunciado para aspirar o para posesionarse en algún cargo público? Teoría última sin ningún piso jurídico. Una renuncia irrevocable no es más que la expresión de quien la presenta, del deseo inequívoco e indeclinable de que no quiere estar o no estará más en el cargo que hasta ese momento ocupa y del cual expresa su voluntad libre y sin coacción del cual se quiere ir. Ahí por fortuna están reglamentados los casos donde no hay una aceptación expresa de la renuncia y como está es una obligación legal, más que el libre albedrío de quien la acepta, queda solucionado y zanjado el asunto. En este caso la conocida ley 5ta o reglamento del Congreso así lo tiene previsto. Queda claro que en Colombia se discute lo indiscutible dependiendo de la persona que se trate y no del cargo al cual se aspire o del caso que se examine. La ley no puede pretenderse que sea aplicada por querencias personales, cuando el asunto es absolutamente diferente.
Ahora bien, hablemos de las denuncias que ya supuestamente se presentan y de las averiguaciones disciplinarias que comienzan a vislumbrarse en el escenario y una de ellas es la supuesta falta cometida por el Gobernador de Antioquia, Dr Luis Pérez Gutiérrez, de haber incurrido en participación en política por decirle al Vicepresidente en condición aún de funcionario, palabras más, palabras menos, que “el país estaría muy bien si una persona como usted (Germán Vargas Lleras) llegaré a ser Presidente de la República”. No hay tal tipificación de la conducta disciplinaria. Tonterías. Primero, el que un funcionario le reconozca a otro, en el ejercicio de sus funciones, que él hizo muy bien la tarea y que de estar en otro cargo más alto lo haría mejor, no es ninguna participación en política; segundo, el Vice no había renunciado y no ha habido tal postulación ni ha sido inscrito, así ello se sepa a todas luces como un hecho notorio, que para tal efecto no configura pues la flagrante violación a una norma disciplinaria. ¿Qué tal que resulte sancionado un alcalde que en un evento le diga al Gobernador, que así como ha progresado su municipio en este gobierno como fuera si él fuera el Presidente? Por lo menos resulta estúpido pensar que a alguien le vayan a sancionar disciplinariamente por expresar un deseo de este tipo.
Ahora comienzan las ferias de las especulaciones y de las denuncias insulsas y de la exposición de teorías jurídicas que en nada ayudan a las propuestas electorales que son las que deben aflorar y se difundidas para que haya una verdadera campaña electoral y no un circo pobre de payasos insípidos en las tarimas, haciéndonos reír por su falta de coherencia y de unos bien planteados programas de gobierno.