Por: Francisco Galvis Ramos
El presidente de la República, doctor Santos, está despavorido con el adverso resultado de las urnas en la jornada plebiscitaria.
No son -en todo caso- barricadas populares las que han mandado instalar sobre el espacio público. Se trata de burgueses chéveres que experimentan pasar los días con las noches en tiendas de campaña, aviadas de todo lo que haga la estancia placentera. Pero, de malas, no ha surgido de allí un Daniel El Rojo, como en aquella epopeya parisina.
Estamos llegando a claridad meridiana acerca de quién es el doctor Santos, adiestrado en tretas por los Castro desde cuando los frecuentaba en Cuba en sus años mozos y todavía usaba los pantalones de tiro largo amarrados a la altura de las tetillas, según consta en una fotografía que corre por las redes sociales.
El doctor Santos ya no engaña a nadie que tenga al menos tres dedos de frente. Le tiene miedo a la Democracia y monta conspiraciones desde el despacho presidencial contra la oposición, contra el NO, con magistrados, medios de comunicación que le son proclives y todo el que se le atraviese y le tire una cabuya para salvarlo de naufragio.
No quiere, no le interesa respetar los principios en que se ancla el sistema democrático, no admite que funcione en las urnas el sistema de pesos y contrapesos, gobierno-oposición. Con cara ganó yo y con sello también, todo lo escamotea, conculca la Constitución y las leyes, rehúye el consenso democrático en alianza siniestra con la menguada guerrilla de las FARC.
La alianza por el NO le tendió las manos al doctor Santos y por poco se las muerde. Acomete en lugar de consensuar, los odios personalísimos presiden sus actos y dictan sus palabras hasta tener polarizada la Nación, siendo su deber el de promover y representar la unidad nacional. La estrategia de convulsión que promueve lo tiene atrapado, es su respuesta a la falta de previsión.
Transpira desesperación y para eso no hay desodorante distinto a pactar un Gran Acuerdo. Si el presidente fuese afecto a la Democracia y respetara el disenso, otro gallo cantaría a la alborada. Pero no, él está solo por obra y gracia de sí mismo. Nadie lo sigue con entusiasmo.
Tiro al aire: los académicos suecos son los únicos que todavía creen en el prestigio del Premio Nobel de Paz.