Rubén Darío Barrientos

Por: Rubén Darío Barrientos G.

Cuando uno recibe en seco la información de que Nicolás Maduro elevó por decreto el salario mínimo en Venezuela, en un porcentaje del 60%, entra prácticamente en shock. Ello, porque un incremento de esa índole solo cabe en sueños y parece salido de un callejón fantasioso y celestial. Pero todo es un espejismo –uno más– de un gobierno farsante y populista, que quería impactar en pleno Día del Trabajo. Para fortalecer la trama, Maduro subió el bono de alimentación, que es una figura complementaria no salarial ni prestacional

Es la décima quinta alza, durante el mandato del gobernante veneco (palabra que le duele a Maduro), lo que de por sí es atronador. Y es la trigésima sexta alza en diecisiete años de “revolución”, que dejaría atónito a cualquier ser mortal. Sin embargo, los analistas económicos han coincidido en que efectivamente esto no es un aumento del salario mínimo sino una mitigación inflacionaria, que se proyecta en la degradante cifra del 720% (la más alta del mundo). Nada de esto reivindicó en Venezuela alegría y despolarización. Es que el pueblo sufre el azote de una pérdida azarosa del poder adquisitivo.

El retroceso económico venezolano, se refleja en un 7.4%, sumido en esa cifra tenebrosa por el mismo derrumbe de los precios petroleros y una carestía desdorosa. En este 2017, Maduro ya ha firmado decretos por tres alzas del salario mínimo, lo que de por sí conduce casi que a un record mundial. Empero, las protestas y los disturbios no se contuvieron con la noticia. Y no contento con todo ello, el presidente de Venezuela también subió las pensiones. Toda la quintaesencia del populismo.

Si se repasa la historia reciente de Venezuela, se advierte que en otrora los incrementos del salario mínimo se situaban por los lados de un 10%, hasta que se agigantaron en los dos últimos gobiernos de una manera salvaje. Baste recordar que Maduro ya había rubricado otra alza descomunal en enero de este año, del corte de un 50%. Aun así, por ser absolutamente insuficiente, estamos en presencia de un salario mínimo bastante mínimo o, mejor aún, de un salario mínimamente mínimo.

Y como se volvió vicio de Maduro, cada que las refriegas populares suben de temperatura, este gobernante trepa el mínimo y concede beneficios de ñapa, que no logran hacerles cosquillas a los habitantes del país vecino. Todo, porque la plata no alcanza para nada, por cuatro factores medulares: la inflación, el ausente poder de compra, la baja productividad y la des-salarización del ingreso, sin incluir el entorno político-social que trastabilla cualquier signo de optimismo.

Cuando se emitía el decreto televisivo de Maduro, se suscitaba un alza de la gasolina y una devaluación de la moneda, que volvían chiste el aumento del mínimo. Con el incremento desaforado, se quiere comprar calidad de vida, lo es que imposible de soportar en Venezuela porque además de los problemas que ya conocemos, no existe un abrigo que proteja los ingresos ni hay una política de base antiinflacionaria. Durante el gobierno del tirano, se han llevado a cabo estos hiper-ajustes salariales sin patrones serios ni políticas coherentes: son hechos a la topa tolondra para contener la turba de las calles.

La gente sabe que estos cambios se hacen para desviar la atención del conflicto gobierno-oposición, en una muestra rotunda de que allí en Venezuela, Maduro gobierno a los trancazos y sin brújula: los sindicatos calificaron la medida del aumento del 60%, como “una bufa estrategia” y de paso censuraron que el presidente pulverice el Convenio de la OIT que impone el deber de discutir la fijación del salario mínimo con las bases sindicales.

La economía venezolana no se estabiliza con estos tumbos. Incluso, la informalidad laboral sigue rampante, los despidos no cesan y la tasa de desempleo sube como la espuma. ¡Pobre país, en manos de semejante cínico!