Por: Rubén Darío Barrientos G.
Por pedido de la Fiscalía General de la Nación, la sala de instrucción de la Corte Suprema de Justicia anunció que abrirá investigación preliminar contra el senador Bernardo Miguel Elías Vidal, más conocido como Ñoño Elías, por una presunta participación suya en líos de corrupción con la firma brasilera Odebrecht. Que el nombre de Ñoño Elías aparezca una vez más en escándalos no es extraño, pues este personajillo adscrito al santista Partido de la U, ha estado involucrado en los ruines carteles del síndrome de Down y de la Hemofilia, en Córdoba, amén del carrusel de la contratación en Bogotá.
Este político (mejor, politiquero) de Sahagún, que es ingeniero civil, está en la mira de un nuevo embeleco, por obra y gracia de Otto Bula, precisamente su paisano, al tildársele de ser lobista del exsenador en la coima de los USD$4.6 millones del caso Odebrecht e interlocutor de Andrés Giraldo. Ñoño Elías, sacó en el año 2010, 74.247 votos para el senado y en el 2014, duplicó su caudal electoral al obtener la friolera de 140.143 votos, solo opacado en su éxito por su paisano Musa Besaile –otro siniestro personaje– quien aquistó 145.402 votos y por Jorge Robledo, quien sacó 191.910 votos. Como puede apreciarse, hay un trío dinámico de Sahagún: Otto Bula, Ñoño Elías y Musa Besaile. ¡Qué miedo!
Ahora bien, todos recordamos que Ñoño y Besaile fueron claves para que Juan Manuel Santos ganara la segunda vuelta presidencial. Simpático es mencionar que ambos fueron enemigos políticos, pero el cacicazgo los unió para montar gobernadores y alcaldes y desembocar sus fuerzas políticas en el desenfrenado poder de Córdoba. Genéricamente, a los dos se les denomina como los Ñoños, dado que es más sonoro este remoquete, que decir los Besailes. Y la cadena venal y corrupta de Ñoño es imparable, porque él es cuñado del exgobernador de Córdoba (Alejandro Lyons), azotado por la sindicación de ser parte activa de variados y azarosos carteles y sobrino de Ramón Elías Nader.
Hoy Ñoño, está medio perdido de su condominio en Bogotá, al que no hallan tampoco en su inmueble de Montería, pero que ya habló en La W. Además, canceló una de sus líneas de celular. Llama la atención que Ñoño no adelanta debates sobre control político ni presenta proyectos de ley, constituyéndose, sí, de manera proactiva en un símbolo distributivo de la mermelada (ha recibido más de $120.000 millones para estos menesteres indecentes) y se mantiene con Besaile, en ser puntas de lanza de la campaña presidencial de 2018.
Su prontuario le alcanza para tener nueve procesos en contra en la sala penal de la Corte Suprema de Justicia, casi todos archivados, y para tomarse fotos con Juampa, quien ni siquiera se apena de posar con el cacique de Sahagún. Si bien es cierto que Benedetti y Roy Barreras son los escuderos y cantinflas del régimen, verdaderamente los hazmerreír de Santos, los Ñoños (en plural), son el producto final de la venalidad, de la corrupción, de la mermelada, del gamonalismo y de otras enfermedades terminales de la democracia, que causan vergüenza y que se mantienen en acción porque la ética de sus electores es de la misma calaña de ellos.
Han hecho eco los medios de una frase que circula en Córdoba sobre Ñoño Elías: “que manda en la sombra”. A sus 40 años de edad, este no ilustre hijo de Sahagún, desacredita a su tierra y al propio presidente Santos, quien lo tiene como a uno de sus afiles electorales, no obstante conocer su trayectoria aviesa. Y desacredita a la política, a la democracia y a Colombia, por ser una manzana podrida que no sacan de la canasta.