Por: Jesús Vallejo Mejía
Suele decirse que después de la tempestad viene la calma. Y es lo que ahora estamos experimentando una vez transcurridas las elecciones del pasado domingo.
A pesar de las sensaciones dolorosas que están padeciendo los derrotados, el ambiente que parece reinar hoy en el país es de alivio, de suerte que la segunda vuelta parece anunciarse, como dice un tangazo de Celedonio Esteban Flores, “sin emoción ni final”. Todo está consumado.
Quedan muchas reflexiones por hacer a partir de los resultados de este proceso.
Me detendré en dos tópicos: el contraste entre los discursos de Santos y de Mockus, y la abstención de algo más del 50 % del electorado.
Aunque el primero no es santo de mi devoción, creo que el discurso que improvisó al dar cuenta de los resultados favorables que obtuvo mejoró sus posibilidades, ya de por sí halagüeñas, para la jornada del próximo 20 de junio. No es aventurado esperar que a lo largo de esta semana se le vayan sumando el Partido Conservador, Cambio Radical e influyentes sectores del Partido Liberal. El suyo fue un discurso generoso, nada triunfalista y muy conciliador. Su propuesta de un gobierno de unidad nacional no sólo resulta oportuna, sino plausible.
Las reacciones de Mockus, en cambio, dejan muchísimo qué desear. Creo que tiene toda la razón Rafael Nieto Loaiza cuando alerta sobre los aspectos megalomaníacos que exhibe el candidato verde. A muchos los asustó, además, el tipo de adoctrinamiento a que está sometiendo a sus huestes a través de eslóganes que no dejan de ser agresivos. Ahí se ponen de manifiesto el maniqueísmo y el mesianismo que denuncié hace días desde este blog. Pero, además, la acusada tendencia a descalificar a su contradictor como el candidato inmoral o del “Todo vale” y la grosera insinuación de que a quienes lo acompañan les pagaron por seguirlo, resultan, por decir lo menos, salidas de tono.
Pienso que no hay que esperar maravillas de Santos. Su fisonomía política me recuerda algo a Turbay. No lo digo en sentido peyorativo, pues éste gozaba de cualidades apreciables que desafortunadamente demeritaba con sus ostensibles falencias. Pero su espíritu realista y conciliador era digno de encomio.
No dejo de tenerle desconfianza, pero por lo menos ofrece gobernabilidad, cuando lo que se seguiría de un triunfo de Mockus sería indudablemente un agudo conflicto institucional.
Acerca de la abstención, conviene señalar, ante todo, que el método para medirla no parece ser el más indicado. Se la establece a partir del censo electoral, que es la sumatoria de las cédulas expedidas y no descargadas por muerte u otras circunstancias. Pero muchos de los titulares de cédulas vigentes se han desplazado hacia lugares distintos de los de expedición de las mismas y no han procedido a inscribirlas en otros lugares, o no han podido hacerlo por la brevedad del término que se otorgó para el efecto.
Pero, dejando de lado los aspectos diríase que técnicos del asunto, conviene señalar que puede haber muchas correlaciones entre la abstención electoral y la marginalidad social determinada por la pobreza. El voto refleja la cultura política, que parte del sentido de pertenencia a la comunidad y los deberes que se tienen para con ella. Pero de la población marginada que se siente excluida de los beneficios de la organización social y piensa que el voto poco influye para mejorar sus condiciones de vida, no cabe esperar que participe activamente en los procesos políticos convencionales.
El tema prioritario no es tanto la igualdad, como suele creerse, sino precisamente el mejoramiento de la calidad de vida de la población. Es ahí donde debe centrarse el debate sobre las políticas.