Por: Rubén Darío Barrientos G.
Lo que parecía una ocurrencia o, simplemente algo nimio, terminó por hacer noticia: el alcalde de Bogotá, Enrique Peñalosa, aceptó que no tenía doctorado ni maestría. Sucedió el chasco para él, en un evento organizado por la Procuraduría General de la Nación, en donde estaba como conferencista. Resulta que la presentadora le hizo un potente preámbulo y entre lo que dijo estaba lo de sus ampulosos títulos académicos. Cuando le correspondió hablar al burgomaestre, sentenció que “quiero aclarar, respecto a la presentación, que no tengo ni maestría ni doctorado, pero sí un posgrado del Instituto Internacional en Administración Pública en París y otro posgrado de la Universidad de París”.
La historia se remonta al 7 de abril de 2016 (más de un año de este novelón), cuando el infundio se hizo notorio en una crónica de Juana Afanador y Carlos Carrillo, en El Espectador, publicada en esa fecha. La sindicación fue directa: “Enrique Peñalosa no tiene un doctorado en Administración Pública, como se asegura en las solapas de dos libros escritos por él (Democracia y Capitalismo: desafíos del próximo siglo y Capitalismo ¿la mejor opción?) y en un perfil publicado por la propia alcaldía”. Sucede que se contactó a la mismísima Universidad de París y allí expresó su vocero que dicho centro de estudios no cuenta con la oferta académica de un doctorado en Administración Pública. ¡Hágame el favor!
Y vino el polvorín en redes sociales. De contera, en la oficina de prensa de la alcaldía de Bogotá, se aseveró que hubo solo un error que se registró al momento de la posesión, pero que ya había sido enmendado. Sin embargo, muchos contradictores trinaron desde muchos ángulos y un tuit apuntaba a que en el año 2015, en O Globo de Brasil, el propio alcalde habló de que tenía un doctorado en París. Había, pues, reincidencia en el cañazo. Se metió Peñalosa a un gran berenjenal, porque en términos rigurosos un doctor es quien alcanza un nivel muy superlativo en educación. Al parecer, el alcalde sí hizo estudios importantes, pero de menor calado (una especialización), que ni siquiera exigían como prerrequisito una tesis.
Los críticos y exégetas de turno, consideraron la falacia de Peñalosa como “un engaño deliberado a la opinión pública” y, hace más de catorce meses, los comentaristas fuertes le exigieron a Peñalosa una respuesta inmediata y veraz sobre esta denuncia, que llevaba tres décadas de un chicaneo injustificado. Los defensores del alcalde dijeron que éste nunca había dicho tener un doctorado, lo que raya con la mentira. Pero ¿es poca cosa que ello figurara en las solapas de dos libros y en la página web www.bogota.gov.co? Para nadie es un secreto que en la campaña para la alcaldía de la capital de la república se vendió la idea de que Enrique Peñalosa era el gerente que necesitaba Bogotá, un real tecnócrata y no un político. ¿Mentira? ¿Engaño? ¿Silencio cómplice? De todo un poquito. Lo curioso es que el secretario de Movilidad de Bogotá (de apellido Bocarejo), sí le tapó la boca al jefe porque sí es un doctor con tesis sustentada y visible.
Tener posgrados no es algo de poca monta. Lo que acontece es que Peñalosa fingió por mucho tiempo hasta que tuvo que recular y eso no es ético, máxime desde la postura de un gobernante. Venderse con credenciales académicas tan rimbombantes es un engaño a los electores, a la ciudad y al país. Quién sabe si los del movimiento “Revoquemos a Peñalosa”, capitalizarán esta mentira. Lo cierto es que en este país de doctores, a nadie se le niega este título, razón por la cual el destronado hombre académico seguirá siendo el “doctor Peñalosa”, el inefable “doctor Peñalosa”…