Por: Gustavo Salazar Pineda
Son ya muchísimos los hechos noticiosos de los últimos años que prueban como el periodismo mundial, no solo el colombiano, se ha convertido en una máquina demoledora de honras, honor, intimidad, buen nombre, etc., de personas con especial poder económico, político o social.
Hace dos décadas, la pacata, conservadora y pseudomoralista sociedad norteameamericana se escandalizó porque el presidente Bill Clinton, en un hecho que era parte de su vida privada y de su intimidad, sostuvo una relación sexual bucal con una desconocida mujer en la Casa Blanca. Un episodio que en un país altamente civilizado como Francia no hubiera jamás tenido el inusitado despliegue publicitario que en el país del norte de América estuvo al borde de hacerle perder la presidencia al carismático mandatario, de haber sido procesado por perjurio y de acabar con su matrimonio.
Años después y más recientemente, un expresidente del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss-Kahn, tuvo que soportar un infame proceso penal que prácticamente acabó con su carrera como candidato a la presidencia de Francia y después de muchos meses de un calvario personal y el desmedro de su reputación, apenas si ha logrado mantenerse con algún grado de aceptación entre los electores del país galo.
Silvio Berlusconi, no fue menos víctima de los escándalos periodísticos ocasionados por sus famosas fiestas privadas con jóvenes y atractivas mujeres que no debieron trascender más allá del círculo social de la región de Italia donde acontecieron.
La vida íntima del ex presidente argentino Carlos Saúl Menem y la ex reina universal de Belleza, Cecilia Bolocco, fue ventilada en la prensa mundial, cuando solo interesaba a la pareja la relación que establecieron como individuos, por más que fueran ambos personajes famosos.
En plena guerra del estado colombiano contra los carteles de las drogas un alto oficial del ejército fue grabado teniendo relaciones íntimas que denotaban infidelidad dentro de un lugar eminentemente privado e íntimo.
Hace menos de un mes el Defensor del Pueblo de Colombia hubo de verse sometido a un desagradable escrutinio público presuntamente por acoso sexual a una dama que era subalterna suya, show periodístico que incluía la muestra del asta viril del supuesto acosador.
Pasa en todas partes y con mayor razón en nuestras republiquetas tropicales y frívolas del continente americano.
Los flemáticos y aburridos ingleses, tan fríos, distantes y poco cálidos en sus vidas privadas, también aportaron su cuota de escándalo mediático vulnerando la intimidad de personas cuando revelaron una conversación, por demás antierótica, en la que el príncipe Carlos le lanzó a su amante de entonces y hoy pareja sentimental el bobalicón piropo según el cual quería ser el cotex o la compresa íntima de su pretendida mujer.
Un periodista, en los años sesenta, un amanecer sorprendió al presidente de turno, Guillermo León Valencia, saliendo de la casa de lenocinio de una afamada madame bogotana y quiso tomare una foto para publicarla en un periódico de alta circulación nacional. En legítimo ejercicio de su intimidad el mandatario le arrebató la cámara al periodista y al parecer se la destruyó.
A estos ejemplos mundiales de periodismo frívolo, superficial y escandaloso, se suma en estos días el de un ex vice ministro de estado y de altos y mandos medios de la policía como de algunos legisladores colombianos involucrados en conductas de diversa índole sexuales y posiblemente delictivas.
El episodio reciente suscitado al interior de la centenaria institución encargada de custodiar la honra, vida y bienes de los ciudadanos de este país puede generar varias reflexiones respecto de lo acontecido.
El punto medular del escándalo, show o espectáculo montado por un sector del periodismo criollo abre la posibilidad de plantear un debate serio, profundo y responsable con la clase de periodismo que en el mundo se viene imponiendo, el cual sacrifica la noticia y la información en aras del impacto emocional mediático que el episodio ejerce en la opinión pública. Varios aspectos engloban los hechos escandalosos, más que noticiosos así presentados al espectador, lector, televidente, etc.
Esta clase de información así presentada constituye un auténtico periodismo degenerado y pervertido en la función primordial del mismo, que es la información. Además de superficial, frívolo, light y ligero, es un periodismo mediocre y vulnerador del derecho fundamental de toda persona a su intimidad y privacidad. Me apoyo en el texto pedagógico del periodista antioqueño Juan José García Posada, La dimensión hermenéutica del periodismo, para afirmar que así ejercida tan noble profesión desnaturaliza la función principal de esta que es informar, no entretener, distraer y menos escandalizar.
Bien lo afirma el ilustre periodista de la Universidad Pontificia Bolivariana: “Si el escándalo, que está destinado a colmar la avidez de entretenimiento, acaba por volverse la razón de la sinrazón de la actividad periodística ……..”.
No menos acertado es el autorizado concepto del periodista español Ignacio Ramonet, el que sentencia en su libro La tiranía de la comunicación, lo siguiente: “Censura, distorsión, personalización y dramatización, estas son las plagas principales de los telediarios de tipo hollywoonse”.
El presidente Juan Manuel Santos Calderón, que traicionó el periodismo a instancia de su feroz apetito político y de su megalomaníaca obsesión por el poder, se ha mostrado indignado con la periodista Vicky Dávila al punto que logró su desvinculación de la poderosa cadena de radio RCN, por valerse de esta clase de periodismo para sacar de la dirección de la policía y del viceministerio a dos altos funcionarios. En parte puede tener razón el presidente, pero lo que uno alcanza a adivinar es una postura egoísta y de conveniencia del jefe del estado, porque entonces se pregunta el columnista: es indecente, carroñero e indignante el periodismo de la señora Dávila en 2016 cuando ocurrió un revolcón institucional, pero no lo fue en 2014, ejercido por la misma diva de la información, cuando, en unión con el Fiscal General de la Nación, ventiló una entrevista inhumana y violatoria de la intimidad del llamado hacker, Andrés Sepúlveda, para acabar con la carrera a la presidencia del entonces candidato Oscar Iván Zuluaga. Puede fácilmente deducirse que en el circo colombiano los payasos a veces convienen y gustan a los gobernantes y otras veces le son incómodos, inconvenientes y perniciosos.
Juzgue el lector.