En alguna institución universitaria de Medellín la politiquería de un partido tradicional ha pelechado durante veinte años, a través de cupos y beneficios educativos concedidos a los jóvenes para pagar favores burocráticos. Tanto para la época de elecciones parlamentarias como para las regionales/ municipales, observamos el adefesio institucional. El claustro académico era, sin duda prestigioso, pues gozaba de reconocimiento en la comunidad académica antioqueña. Con respeto por su rigor y seriedad educativa, los jóvenes consideraban prioritariamente, por encima de otras alternativas, el acceso a la misma. Las expectativas eran positivas y los padres contemplaban, la institución, como el alma máter deseada para la formación de sus familias.
Empero, por la politización de la institución, actualmente resta en exceso ese prestigio de antaño. La comunidad académica en medio de su notable intuición ha determinado que no es conveniente ingresar a una universidad en la que, el clientelismo partidista ha atrapado los cimientos sagrados de los espacios académicos. Y es acertada dicha posición toda vez que, aquel que espera formarse de manera idónea, comprende que la academia no puede estar contaminada por las fauces clientelistas y burocráticas. Ser adepto a un partido político para recibir preferencias dentro de la universidad es, sencillamente, una monstruosidad absoluta. Más aún, aprovecharse de las necesidades de los estudiantes, que no comparten los lineamientos de la colectividad, para coaccionarlos de manera infundada. ¡Qué plebedad!
Pero, este punto no es el de mayor gravedad. Ya que lo deplorable de sobremanera es que su obsceno rector, se presta para avalar la situación. Aquel es el encargado de patrocinar todo tipo de beneficios académicos para suplir cuotas burocráticas, con el agravante de que, el estudiante que sea de otra colectividad recibe un tratamiento netamente desigual. ¿No es ello una vagabundería categórica?
Hemos conocido de primera mano, la situación de un estudiante que padeció una gigantesca persecución por cuenta de lo mencionado. Por tanto, hemos optado por no mencionar algunos nombres, comenzando por el de la institución y el de su deplorable rector. Afortunadamente, no pertenezco a ese recinto académico. No obstante, exhorto a la comunidad académica para que se revele en contra de dicha situación y proponga, inicialmente, en el consejo académico la renuncia del rector. De no hacerlo, auguro resultados nefastos y un deterioro enorme en la educación superior. También, es hora de que sobre el particular pongamos al tanto, al Ministerio de Educación Nacional, para que analice la situación y tome cartas en el asunto.
El sagrado espacio de la academia no puede convertirse en un conejillo de indias para satisfacer intereses electorales. ¡Qué no sean sinvergüenzas! ¡A la academia se le respeta!