Por: Margarita Restrepo
Cuando salga de la presidencia el próximo 7 agosto, Juan Manuel Santos dejará a un país profundamente polarizado, enfrentando una muy fuerte crispación política a la que su suma un hecho aún más grave: la angustiante desinstitucionalización que emana de dos grandes fuentes: el acuerdo con la banda terrorista de las Farc y la corrupción.
El pacto firmado con alias Timochenko ordenó la creación de un “paraestado” al servicio de los guerrilleros. La más afectada, sin duda alguna, será la justicia a la que se le impondrá un aparato amorfo y todopoderoso: la Jurisdicción Especial de Paz, JEP.
La JEP será una suerte de “gran hermano” orwelliano que observará hasta el más discreto de los movimientos del ciudadano que caiga en sus redes, imponiendo un procedimiento macabro que parte de la base de que quien sea conducido a aquel tribunal, así sea inocente, deberá, por su propio bien, confesar los delitos que le imputen.
Aquello operará, por supuesto, para aquellos colombianos que se hubieran opuesto o enfrentado a la guerrilla desde sus distintas posiciones en la sociedad civil: políticos, académicos, empresarios, intelectuales. No importa su naturaleza, lo que vale es su condición de “enemigo de las Farc” para tener asegurado su tiquete en la JEP.
La segunda fuente de desinstitucionalización es la corrupción desbordada que se registra en todos y cada uno de los rincones de la nación, en el sector público y en el privado. No existe un solo lugar en el que no se perciba el olor a podredumbre.
Frente a esta tragedia, parto por decir que me tiene sin cuidado el origen político del corrupto, pues frente a estos individuos debe caer, además del peso de la ley, el desprecio y el escarnio público, que al final del día es un castigo aún más efectivo porque no se extingue.
A Ernesto Samper, la justicia lo absolvió, pero la sociedad le aplicó una severa condena que aún sigue y mucho me temo que se seguirá cumpliendo hasta cuando culmine su paso por la Tierra.
La corrupción es anterior a Santos, es un mal que lleva enervándose durante décadas en nuestra sociedad, pero la gran diferencia es que en este gobierno se volvió algo natural, aceptado y generalizado. El mejor amigo y gerente de las campañas del presidente, el señor Roberto Prieto, como un vulgar comisionista, se paseaba por las entidades públicas presionando a sus directivos para que le adjudicaran contratos a las empresas a las que él previamente les había sacado una jugosa suma de dinero para efectos de convertirse en su “representante”.
Se llegó al extremo inaudito e inaceptable de construir una carretera de casi un billón de pesos para favorecer el negocio portuario de la familia de la ministra consentida de Santos, Gina Parody, a quien el presidente, con todo cinismo y de manera desafiante, califica como mujer “impoluta”.
Durante este gobierno rodaron ríos de dinero de la corrupción. Mucho trabajo tendrá la justicia y los opositores a este régimen, cuando se produzca un cambio en la administración el año entrante y podamos descorrer el velo de todas las entidades oficiales. Convencida estoy de que encontraremos un nauseabundo pozo en el que flotará toda suerte de porquerías.
Ante una realidad desalentadora y preocupante, nos corresponde, como sociedad, sellar un pacto por la reinstitucionalización, partiendo de un acuerdo para castigar a todos los corruptos, sin detenernos a mirar su naturaleza política o partidista. Claro que hay que llevar ante la justicia a los que estuvieron involucrados con Odebrecht, pero no podemos quedarnos ahí. Hay que revisar todos los grandes procesos contractuales del gobierno de Santos y buscar con ahínco quién o quiénes pudieron recibir coimas.
Lo mismo debe hacerse con la tristemente célebre Fundación Buen Gobierno, entidad que dirige el altanero hijo presidencial Martín Santos. ¿Por qué la contabilidad de esa fundación es un “secreto de Estado”? ¿Cuáles son los grandes empresarios, pero sobre todo, grandes contratistas que le han hecho aportes a Buen Gobierno?.
Cuando Santos llegó a la presidencia, anunció que su gobierno sería como una “urna de cristal”. Lo que no nos advirtió es que el cristal era esmerilado.