Yo también me he preguntado por qué no hubo júbilo con el desarme de las FARC. Se lo pregunté al diputado de Antioquia liberal, Rigoberto Arroyave, quien recibió la aceptación de sus colegas de la Duma para escuchar y entonar el Himno Nacional en momentos en que se cumplía en Mesetas, Meta, y otras 26 zonas veredales transitorias de normalización con esta otra etapa del acuerdo de La Habana, excepto de los siete corporados de la bancada de Centro Democrático, quienes se retiraron del recinto de sesiones. Él me respondió que el mutis fue el resultado de los engaños y las mentiras de la oposición, de los cuales han sido objeto los colombianos alrededor del proceso de paz.
La verdad, sigo extrañado porque desde que soy periodista he sido testigo de los rigores de la guerra y de los anhelos de paz de los colombianos. He sido testigo de los procesos culminados exitosamente -desde los del M-19, el EPL, el Quintín Lame y el PRT hasta el de las AUC, pasando por la desmovilización y desarme de las milicias populares de Medellín-. Igualmente, de los fracasos de anteriores intentos de negociación con las FARC, incluido el más estruendoso y perjudicial para el País como lo fue el del Caguán.
Especialmente he sido testigo de los anhelos de paz. Por eso sigo preguntándome por qué no hubo euforia, aunque fuese en la otra mitad de los colombianos.
Por eso reproduzco este artículo, en el que Gloria Arias Nieto hace la reflexión con la que me identifico totalmente.
‘GRATIAS AGERE’ (DAR GRACIAS)
Por: Gloria Arias Nieto (en El Nuevo Siglo)
Ni en un país tan adicto a la insatisfacción, al escepticismo y al rencor, se explica que el martes la gente no hubiera salido a las calles proclamando gratitudes y emociones.
Luego de seis décadas de tragedia continuada, se logra que un grupo armado hasta los dientes deje sus fusiles y se comprometa a cambiar las balas clandestinas por el ejercicio de una política legal (sí, “política” y “legal” no son antónimos). Sin embargo, eso no merece despliegue en los noticieros, ni manifestaciones callejeras o repique de campanas.
Para varios medios de comunicación lo destacable fue que Teófilo vistiera la camiseta del Junior, o pasar durante los primeros 30 minutos, las mismas escenas del naufragio sufrido dos días antes, en Guatapé.
¿Por qué desconocen tantos medios (tantos miedos) y tanta sociedad, la relevancia de este paso sublime, en el camino a la paz?
Sé que éste no fue el fin de todos los conflictos colombianos, y que a las 11 am del 27 de junio el switch de la inequidad, de la injusticia social, la corrupción y el narcotráfico no se puso en OFF, ni automáticamente el país de Jauja (con sus míticos “ríos de leche, miel y vino”) quedó para siempre en ON. Nuestros abismos son muchos más y más profundos, pero lo que pasó el martes, fue casi milagroso.
Las siniestras herramientas guardadas en los contenedores de la ONU no alimentarán más cementerios, y la guerrilla más vieja de América, deja su condición de fuerza armada, para transformase en movimiento político. No votaré por ellos, ni me hacen feliz sus discursos de marxismos trasnochados; pero prefiero mil veces verlos de civiles en las urnas, que de ejércitos fugitivos, en el monte; apoyo su ingreso a la democracia, y trabajaré como pueda, para que el resto de país los reciba y les cuide la vida.
Quisiera haber visto expresiones masivas y eufóricas, de agradecimiento a Humberto de la Calle y a Sergio Jaramillo. Ellos le endosaron buena parte de su vida a trabajar por la paz de Colombia, y lograron lo que nadie había logrado. Sonará infantil, pero son mis héroes de la paz.
Y Enrique Santos Calderón, silencioso tejedor de los primeros acercamientos entre gobierno y FARC, de los acuerdos de la Habana, ergo del desarme que culminó hace 4 días. Y, sí, también estoy agradecida con su hermano presidente, así le caiga gordo al 88% del país, porque ésta no es una historia de simpatías personales, sino de guerras terminadas y muertes evitadas.
Y en este ‘gratias agere’ traigo a Victor G. Ricardo, un hombre que en su momento se jugó la vida por la paz, y -contrario al par de mañosos ex presidentes (el energúmeno y el oportunista)- reconoce los éxitos ajenos, y de manera caballerosa sostiene que lo importante es el logro, y no el nombre del firmante.
Anónimos, visibles, pasados, presentes y futuros militantes de la vida: los respeto, valoro y agradezco, por levantar esa bandera blanca que a pesar de todo y de tantos, ya empezó a brillar en el corazón de Colombia.