Jaime Jaramillo Panesso

Por: Jaime Jaramillo Panesso

Un alcalde con buena imagen y, ante todo, con un buen presupuesto, tomará las riendas de la ciudad el primer día de enero del año entrante 2016. Federico Gutiérrez se encuentra con varios problemas de entrada: su triunfo está montado en una corriente de opinión que no corresponde a una estructura partidista. Por lo tanto es una incógnita y una incertidumbre saber quiénes son las personas y qué representan, con las cuales administrará la ciudad. En el Concejo municipal su organización electoral solo obtuvo dos renglones. De manera que deberá negociar con bancadas de los partidos diferentes, donde militan experimentados concejales, curtidos en marrullería y demagogia populista, y otros concejales que estrenan asiento en el colegiado local.

La Medellín de hoy, por supuesto, es otra a la época de “la tacita de plata” y menos aún “la ciudad industrial de Colombia”. Las obras públicas de los últimos alcaldes permiten colocar placas en su honor,  deslumbrantes para los turistas. Pero es necesario levantar la enjalma de la mula para ver las peladuras. Un artículo del profesor Darío Ruiz Gómez (El Mundo, octubre 26) vuelve a denunciar los puntos críticos de una ciudad que está anestesiada por la propaganda fantasiosa, no solo oficial, sino de las empresas privadas que corean las toneladas métricas de tierra y cemento que mueven los faraones de la administración pública.

El crecimiento poblacional de Medellín es un peligro inmediato para su desarrollo sostenible. Esta ciudad, metida en un cañón interandino que llamamos valle, no será viable en los próximos veinte años al paso que vamos. Los migrantes que llegan a vivir en las laderas, superan la cota de los servicios domiciliarios. Pequeños grupos de niños y mujeres indígenas, manipulados por los varones invisibles, exhiben cartelitos en español como desplazados. Son dos caras extrapoladas para indicar que la ciudad no solo es de los antioqueños raizales, sino de las gentes atraídas por “las luces de la capital paisa”. Esas luces son como la hoja del yarumo: plateadas por encima, oscuras por debajo.

Una novela reciente de Jairo Osorio, Familia, muestra un fenómeno mutacional importante: los desplazados por la violencia liberal-conservadora de los años 50, vinieron a Medellín, nadie los censó, nadie los atendió ni les dieron subsidios. Su carácter y personalidad laboriosa los desparramó en nuevos barrios, se hicieron artesanos, obreros fabriles, cantineros, tenderos, comerciantes, etc. No dejaron morir de hambre sus familias. Inclusive algunos acudieron al contrabando. Distinto a los desplazados de hoy, verdaderos unos, ficticios otros, que pretenden vivir del estado y rehúyen el trabajo como fuente de ingresos. En Colombia existe una nueva profesión: la de víctimas. Y lo son muchas de ellas especialmente mujeres. Pero también están en la lista los avivatos que reclaman tierras y moneda.

Más grave es el escondido mundo del microtráfico de yerba y estupefacientes que cubre no solo el negocio de jíbaros y traficantes, sino una masa de consumidores menores y mayores de edad, en una ciudad y en un país sin política masiva de  prevención. La televisión del Estado, los canales nacionales, departamentales, municipales y comunitarios no realizan ninguna campaña educativa sobre este problema tan grave.

Por otra parte la ciudad se ha lumpenizado en muchos aspectos. La destrucción de los barrios de las clases medias en donde crecen los edificios colmenas. Están perdidos los sitios de referencia de las familias. El centro histórico de la ciudad es un bazar de cachivaches, una comuna sin identidad  y sin dolientes. Mientras esto ocurre, los pudientes y los profesionales huyen hacia el valle de Rionegro o hacia las  saturadas áreas rurales de los municipios vecinos.

Antes que la ciudad se acabe, necesitamos un nuevo Pacto Social que comprometa a toda la dirigencia antioqueña, desde los empresarios hasta las juntas de acción comunitaria. Un Pacto que nos devuelva la esperanza de poder vivir, trabajar, estudiar y gozar una ciudad que además de ser admirada por sus logros, que también los tenemos, por la amabilidad de sus gentes y la calidad de sus trabajadores de la cultura y del arte, sea también la erradicadora del ruido, del delito, de los cuchilleros de la extorsión y los usureros del gota a gota, de las violencias hogareñas y de los urbanizadores abusivos. Esa es una tarea que debe encabezar el alcalde y su tropilla que le ayuda a gobernar. Muchas son las tareas porque múltiples son los problemas. Capitanear una alianza, además, con todos los alcaldes de Valle de Aburrá y labrar con el Gobernador las compuertas de un Pacto Social incluyente, pluralista, pero con sentido de autoridad efectiva, una mano abierta para la convivencia y otra mano cerrada para aplicar la ley sin contemplaciones.