Por: Rodrigo Pareja
Con la rígida aplicación del poder de síntesis que todos debemos tener, me bastaría comenzar y terminar esta corta intervención, diciendo simplemente con la cantautora chilena, Violeta Parra… gracias a la vida, gracias por permitirme haber sido periodista.
Pero sería avaro si no menciono en primerísimos lugares, para darles mi reconocimiento, a dos increíbles seres humanos que me marcaron para siempre: mi padre, Luis Pareja Ruiz y mi excepcional maestro en estos vericuetos periodísticos, don Antonio Pardo García.
Del primero recibí su ejemplo de honestidad, sacrificio y cumplimiento del deber por sobre todas las cosas; su interminable ejemplo de hombre y ciudadano de bien; su profundo respeto por el oficio y las primeras letras en esta actividad.
Fue gracias a él y a una intercesión suya que aterricé en Bogotá con un sueño por cumplir, convertirme en reportero, y para eso conté con la fortuna de hacerlo bajo la guía de Pardo García, maestro de maestros y excelso personaje con lugar destacado en la nómina de los más egregios periodistas colombianos. No me cuesta trabajo alguno reconocer que sin estos apoyos extraordinarios, lo mío pudo no haber sido.
También aquí podría finalizar mis palabras, pero resultaría injusto no mencionar otros dos hombres de fundamental importancia en mi existencia, con quienes a la par de mi padre, y de don Antonio Pardo, quiero dividir por cuatro los méritos – pocos o muchos – que haya tenido el Club de la Prensa para hacerme objeto de esta honrosa distinción.
Se trata de Javier Velásquez Yepes, presente esta mañana, y Orlando Cadavid Correa, ausente por su particular y respetable forma de querer pasar inadvertido a pesar de sus valores y cualidades, pero a quien siento aquí en mi corazón como algo nunca desprendible.
De Javier y de Orlando, además de permanentes muestras de amistad y colegaje, solo he recibido, como subalterno que fui de ellos, ejemplo de buen periodismo en el mejor sentido del término; lecciones diarias sobre el cómo y el por qué de cuanto ocurre en el ámbito nuestro; consejos oportunos y sabios y, por qué no, también reconvenciones, provenientes más del amigo que del jefe.
Tanto Javier como Orlando, son el modelo a seguir si se quiere practicar el mejor periodismo en estos acelerados tiempos, donde no todo, a pesar de los grandes avances tecnológicos, va en beneficio de la profesión. Pero no son estos, ni el momento ni el escenario, para abordar semejante tema porque se alargaría más de la cuenta la que de por sí debe ser corta alocución.
Pero me salí del tema y quiero retomarlo con una necesaria recordación de esos grandes periodistas que abrieron senda y fueron los primeros en recorrerla. Mencionar apenas algunos nombres es condenar al olvido a otros con iguales méritos, y por eso invito más bien a releer las placas que están aquí y rinden homenaje a todos los forjadores que en Antioquia ha tenido nuestra profesión.
Propicia es también esta ocasión, no solo para agradecerle al Club de la Prensa, a su junta directiva y a sus socios el honroso premio que me ha conferido, sino para felicitarlo por la invaluable tarea que desde su fundación ha emprendido en busca del mejoramiento intelectual y profesional de quienes lo integran. Resulta imposible medir cuantitativa y cualitativamente lo que representa para cada uno de sus miembros, sean empíricos o graduados, la experiencia y el conocimiento adquiridos mediante la serie de diplomados y otros eventos de carácter académico y cultural que ha llevado a feliz término. Como suele ocurrir con tantas cosas y situaciones en el país, tenía que ser desde Antioquia, por intermedio y ejemplo del Club de la Prensa, que el periodismo colombiano izara esta bandera de la superación y de la mejor formación del periodista, empeño plausible y modelo para todos.
Un párrafo muy especial para congratular a mis colegas también honrados hoy por el Club de la Prensa: Germán Jiménez Morales, Jorge Eusebio Medina, Liliana Vásquez Peláez, Octavio Gómez Quintero y Patricia Nieto, así como a la revista Volar y el medio alternativo, Universo Centro, todos ellos justos merecedores de la distinción.
No podría terminar sin ofrendar un gran agradecimiento a mi familia que siempre me ha apoyado y sufrido conmigo: a mis hijos Luis René y Madalith; mis nietos Paula Andrea, Santiago y Juanita; mi bisnieta Elaine, mi nuera, Marta Cecilia y mi yerno Carlos Humberto.
Notarán que no mencioné a mi esposa Adiela: No lo hice por la sencilla razón de que vos merecés un lead aparte: vos has sido el prólogo, el contenido y el epílogo en estos casi 48 años de matrimonio que hemos compartido. A vos te ratifico con toda mi alma lo escrito por el poeta tanguero: Porque jamás me fallaste ni en las malas ni en las buenas/ y tus besos me alentaron si desmayaba mi fe/ Porque cuando estuve enfermo y al borde del precipicio/ Me cuidaste como madre con amor y sacrificio/ y fuiste un ponchito tibio en mi frío anochecer… El premio y la emoción que me embarga, son para Adiela, mis hijos, mis nietos, mi bisnieta. Ellos se merecen mas que nadie este premio. A todos ustedes aquí presentes, funcionarios, amigos y colegas, muchas gracias por acompañarme en este que para mí es un día inolvidable.