Por: Rubén Darío Barrientos
La mordaza no ha descansado contra los periodistas o los medios de comunicación en Colombia. No ha sido, desde luego, atroz y repetitiva. Pero se ha asomado con visos sensibles en nuestro país. Hace unos cuatro años, la agradable periodista María Isabel Rueda publicó un libro titulado “Los cinco grandes de mi generación”. Y allí desnuda manifestaciones espinosas, como éstas: “Jaime Michelsen Uribe le quitó la pauta a El Espectador por las denuncias del periódico sobre la defraudación a los ahorradores del Grupo Grancolombiano, y Ernesto Samper no le renovó la licencia al noticiero Q.A.P. por su beligerancia en el caso 8000. Para hacerle venias a Álvaro Uribe, Santodomingo botó a Yamid Amad de Caracol”.
Vicky Dávila, acaba de expresarle a Daniel Coronell (en la Revista Semana), que su salida de La F.M. se debió a que el presidente Juan Manuel Santos pidió su cabeza. La alta consejera para las comunicaciones, Pilar Calderón, señaló en su cuenta de twitter que “el presidente Juan Manuel Santos no ha pedido ni pedirá cabezas de periodistas”. Dávila asegura a pie juntillas que su salida comenzó a urdirse el 10 de febrero de este año, cuando su equipo periodístico publicó una investigación sobre algunas polémicas compras de la Casa de Nariño, entre ellas la de los $ 15 millones de las famosas almendras. Queda zumbando la palabra contra la palabra y cada uno verá a quién le cree.
El expresidente Andrés Pastrana, lo recuerda todo el mundo, forzó la salida de Édgar Artunduaga, eximio periodista que era pieza vital del programa “La Luciérnaga” de Caracol. Hernán Peláez, por solidaridad con el huilense, estuvo por fuera del espacio radial hasta que Pastrana terminó su período. Guillermo Díaz Salamanca y otros periodistas, dimitieron de inmediato. En el programa se le daba garrote acerbamente al expresidente Pastrana, especialmente por Artunduaga. Finalmente, el imitador de las mil voces, Díaz Salamanca, terminó quedándose en la dirección, la misma que recuperó el doctor Peláez cuando se marchó Pastrana.
A su vez, José Obdulio Gaviria, empezó a ser perseguido por el presidente Juan Manuel Santos a raíz de denuncias en su columna de El Tiempo, cuando aseguró que “Santos se había gastado más de $ 300 millones para remodelar su oficina y ni siquiera había incluido sus muebles”. Luego, el presidente Santos trató de que el director de El Tiempo, cambiara una columna contra la canciller María Ángela Holguín, en una virtual intromisión. Finalmente, Gaviria salió como columnista del periódico bogotano. Entretanto, el exministro Fernando Londoño también se vio apeado, merced a un editorial escrito a cuatro manos, dados sus implacables ataques contra el actual presidente, que incluyeron también a Enrique, su hermano. Londoño hablo de “el itinerario delincuencial de Santos para preservar la presidencia y la apoteosis romana que le abrieron a su codicia ilimitada”.
No para ahí la cosa. El periodista Hassan Nassar (bogotano de origen palestino) se vio compelido a renunciar a Cable Noticias, por presiones desde la Casa de Nariño. Hacía la dirección del programa “360 grados”, era un crítico despiadado del gobierno de Santos y se había encumbrado en el rating. Faltaría por enunciar la salida de Pachito Santos de RCN, por presiones directas de su primo Juan Manuel, lo que fue anestesiado al decir que se debió al haber llevado el noticiero a una verdadera caída libre en audiencia. No faltan los que aseguran que la salida de Ana Mercedes Gómez de la dirección de El Colombiano, tuvo también presiones directas del régimen.
Lo que sí está claro es que en los dos periodos de Juampa, ha arreciado la presión indebida, buscando impedir críticas a la gestión presidencial que ha sido mala, sin lugar a dudas. Y se ha desflecado la libertad para discrepar. ¿Quién seguirá?