Por: Jaime Jaramillo Panesso
Cómo será Colombia de fuerte, que los corruptos y los violentos no han sido capaces de acabar con ella. Aún podemos ver a miles de niños que van en las mañanas, cogidos de las manos de alguno de sus padres, caminando hacia la escuela. Y a miles de muchachos jugando en canchas terrosas, al gol de la pierna zurda, una zurda que suda la imposible victoria o el anhelado empate.
Un país que ve desfilar presos a magistrados de la más alta corte de la justicia o magistrados de los tribunales regionales, bajo la custodia de agentes del CTI , de una Fiscalía ambigua, porque tiene pruebas ya publicadas en la prensa de dineros ilícitos en las campañas presidenciales, y sin embargo, la cúpula sigue campante y hablante de honestidad.
Un país donde la nómina de los altos mandos de la policía conformó “la comunidad del anillo”, una logia de singulares gustos sexuales por lo masculino. Nunca supimos el informe de la investigación ordenada por el Presidente de la República. Solo conocemos que la “comunidad del anillo” quedó sin las cabezas visibles, pero ignoramos las raíces que pudo dejar la mafiosa asociación de oficiales que controlaba los ascensos mediante complacencias orto clasificadas.
Un país donde los empresarios actúan financieramente en beneficio de ciertos candidatos a gobernaciones, alcaldías y ante todo a jefes de estado, sin convicciones de democracia, sino de interventores bancarios y contractuales luego de instalarlos en el poder.
Un país en el cual existen capitalistas especuladores que exportan sus ganancias fraudulentas a lugares con encubrimiento para evitar la acción fiscal, mientras los empresarios productivos arriesgan sus fondos de trabajo con los riegos de la competencia globalizada.
Un país donde ser desplazado o simplemente “víctima del conflicto armado” se ha convertido en una profesión, sin que medien las rigurosas comprobaciones por parte del estado. Estamos creando una casta de mantenidos a quienes el trabajo con el sudor del esfuerzo no los cobija. Entretanto las víctimas reales son asimiladas a los victimarios en un empate donde la “reconciliación inducida” quema los prontuarios y la memoria del dolor.
Un país donde las mayorías congresionales no parlamentan, sino que votan lo que el Presidente proponga, mientras una cofradía pública siniestra de congresistas manejan los fondos del erario público y los inmensos sobornos en dólares de los empresarios transnacionales que contratan obras públicas.
Un país donde el posconflicto es otra violencia, otra perra con distinta guasca, porque los testaferros de la guerrilla se enfrentan a la Fuerza Policial, mediante campesinos cocaleros desarmados obligados o subsidiados, que quedan entre dos fuegos. Un país donde soldados y policías, con fusiles al hombro y cananas en todos el cuerpo uniformado, a 35 grados de temperatura, con palas de acero arrancan mata por mata de coca, para cumplirle al gobierno la promesa, hecha a los Estados Unidos, de rebajar en 50 mil hectáreas el área de cultivos.
Un país que espera la desmovilización del ELN por los servicios religiosos del Papa Francisco y no por la acción legal de su ejército legítimo, mientras esos mismos terroristas bañan con petróleo crudo los ríos que surten los acueductos de pueblos y fincas campesinas, sin bajas ni capturas de los criminales.
Como dijo el poeta antioqueño Porfirio Barba Jacob:
“Y hay días en que somos tan lúgubres, tan lúgubres,
como en las noches lúgubres el llanto del pinar.
El alma gime entonces bajo el dolor del mundo,
y acaso ni Dios mismo nos puede consolar.
Y hay días en que somos tan fértiles, tan fértiles,
como en abril el campo, que tiembla de pasión:
bajo el influjo próvido de espirituales lluvias,
el alma está brotando florestas de ilusión.”
Preparemos el fuego electoral purificador del pueblo democrático para que en el 2018 crememos las papeletas torcidas de los malos gobernantes y de sus gnomos extraídos de oscuras oscuridades, para no caer en el brutal espejo de la isla ni en el triste y desolado cuadro que queda al otro lado del Orinoco.