Por: Jorge Enrique Vélez G.
Ya en alguna ocasión me había referido a nuestro campo y retomo este tema por el profundo respeto, admiración y consideración que siento por el campesino colombiano.
Empecemos por recordar algunas cifras que nos ubican en el contexto. Según los datos del último censo general de población, realizado por el Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas (DANE), Colombia cuenta con 42’888.592 de habitantes, de los cuales el 74,3% habitan en las cabeceras municipales o distritales y 25,7% en el sector rural. En el campo colombiano viven cerca de 11 millones de personas y cerca de 5 millones de ellos trabajan en sus tierras.
De acuerdo con el documento Conpes del Consejo Superior de Política Económica y Social, que evaluó la calidad de vida de los campesinos colombianos, más del 68 % de la población rural es pobre y el 27,5 % de los campesinos viven en la miseria.
El país viene enfrentando problemas de violencia desde hace más de 50 años, focalizados principalmente en el sector rural. Se habla de que en Colombia más del 30% de la población rural ha sido expulsada del campo en los últimos 15 años como producto de la violencia y si a esto le agregamos la necesidad de buscar mejores oportunidades económicas tenemos como resultado un sector en crisis.
Entonces vemos que los hogares pobres rurales que han salido de sus terruños, entran a engrosar la marginalidad urbana. El desplazamiento de los campesinos tiene resultados desastrosos e inmediatos para una familia en aspectos como la vivienda, el empleo y lógicamente en sus ingresos, lo que acentúa el deterioro progresivo de las condiciones y calidad de vida.
Si analizamos a fondo podemos apreciar que gran parte el problema del desempleo en las ciudades tiene su origen en la población inmigrante del campo, que se ubican en las zonas marginales de las ciudades y en la mayoría de los casos no están preparados para competir por las escasas fuentes de trabajo.
Por tal razón debemos frenar el éxodo de nuestros campesinos. Es absolutamente necesario y prioritario garantizar su seguridad para que ellos puedan permanecer en sus tierras cultivando el campo como siempre lo han hecho y no ser una cifra más de los indigentes de las grandes ciudades.
En lugar de asignarles subsidios de vivienda en las urbes, démosles la oportunidad de regresar al campo, entreguémosles hogares pero en el sector rural, mejoremos las ya existentes de los que aún continúan en sus lugares de origen, para que tengan un lugar digno donde vivir. Porque no podemos trasladar el problema a las ciudades, ese tugurio que hoy abandona un desplazado para ocupar su nueva vivienda obtenida con el subsidio del Estado, mañana va a ser ocupado por otra familia desplazada y así continúa esta cadena interminable.
El agro colombiano tiene excelentes oportunidades, si pensamos en la futura crisis alimentaria de la cual la Organización de la Naciones Unidas para la Agricultura y la alimentación (FAO), esta hablando con tanta insistencia. Enfoquemos nuestra atención en el agro colombiano, preparémonos tecnológicamente para hacer de este un sector líder en Colombia.
Propongo que incentivemos la labor del verdadero campesino, de aquel que día a día se gana su sustento y el de su familia con la labor del campo. Destinemos adecuadamente los subsidios del programa Agro Ingreso Seguro para desarrollar importantes cultivos que les permitan mejorar su situación económica. O ¿Por qué no destinar la totalidad de los bienes incautados al narcotráfico, que bastante se ha beneficiado de sus tierras, para que los campesinos puedan tecnificar y recuperar la producción de sus tierras?
Recordemos que el sector rural ha sido históricamente un productor de riqueza para el país, es imperdonable que no reconozcamos la importancia que tienen los campesinos en la producción de alimentos y la economía de nuestra patria.
En este sentido hago un llamado, no sólo al gobierno, sino a todas las fuerzas que mueven el país a que recuperemos el campo, devolvamos sus tierras a nuestros campesinos, desarrollemos proyectos para mejorar su calidad de vida, lleguemos a acuerdos que permitan tecnificar y sembrar las tierras que un día fueron el motor de la economía colombiana.