¿Con qué cara le pedimos a la gente que participe más en política y que deje de señalar a los políticos de “ratas” y de hacer con sus respuestas negativas que aumente el porcentaje de desprestigio de la política y los políticos en las encuestas?
¿Cómo hacerlo si lo que caracteriza hoy a la política es el odio y la mentira?
Estamos en un momento en el que la manipulación, el ataque despiadado y personal y la desinformación son el pan nuestro de cada día a día en los recintos de la democracia. Y lo más preocupante es que vastos sectores de la población no sólo lo aceptan, sino que hasta lo celebran, al punto que les dan ánimo a esos corporados que hacen uso desvergonzado y descarado de la bajeza, para que sigan protagonizando actos ruines y verrugas.
¿Será que, definitivamente, tenemos que darnos por vencidos y acostumbrarnos a que la política se convierta en un campo de batalla, donde lo que importa no es el debate de ideas, sino la destrucción sin misericordia del otro?
Pero, ¿por qué llegamos a este punto? ¿Cómo es posible que hayamos normalizado estas prácticas que, en lugar de construir, nos dividen y nos hunden más en la desconfianza y la incertidumbre?
La respuesta está en lo fácil que es usar el miedo y la mentira para ganar apoyo. No se trata de discutir soluciones o de crear un futuro mejor, sino de sembrar odio, porque eso engancha más, polariza más y da réditos políticos con mayor facilidad y rapidez.
Pero esto no puede seguir así. La política tiene que volver a ser un espacio de decencia, de respeto y de verdad. No se trata de que todos pensemos igual, sino de que aprendamos a escuchar y a debatir desde el respeto. ¡Las mentiras deben tener un costo!
Y aquí está la propuesta: como ciudadanos de bien, de verdad de bien -no de los que se creen “de bien” y actúan como criminales que no lamentan la infamia de destruir a otro con injurias y calumnias-, debemos ser mucho más exigentes. No podemos premiar a los políticos que juegan sucio, que mienten y que atacan sin fundamento.
Es nuestra responsabilidad informarnos, cuestionar y exigir que el debate político vuelva a ser sobre ideas y no sobre odios.
El cambio comienza por nosotros. Si queremos una política más limpia, tenemos que ser parte de ese cambio. Apoyemos la verdad, el respeto y la decencia. Es la única forma de evolucionar.