Por: John Fernando Restrepo
Los magistrados de la Corte Constitucional son elegidos por el Senado para períodos individuales de ocho años. El Presidente de la República, la Corte Suprema de Justicia y el Consejo de Estado son los encargados de formular sendas ternas a presentar al Senado para cada reemplazo. Al aviso de fin de período de alguno de los magistrados siempre se mira quién terna y cómo está el sonajero de elegibles. Los corrillos y las camarillas llegan a su máxima expresión con ocasión del relevo.
El próximo magistrado en cumplir su período es Mauricio González Cuervo. Un magistrado llevado a la Corte Constitucional como consecuencia de la tozudez del Presidente Uribe. González Cuervo fue su carta y su único candidato. Los demás, integraron la terna por simple protocolo. Dos de los integrantes de la primera terna presentaron su carta de renuncia por considerar que su postulación no obedecía a un reconocimiento a su labor de jurista. Su lugar en la terna obedecía a un mero formalismo. El único interés de Uribe era llevar a la magistratura a su secretario jurídico.
La primera ternada renunció y el Presidente aceptó su renuncia. Horas después, la segunda ternada renunció y el Presidente aceptó su renuncia. El tercer ternado, González Cuervo, también renunció pero el Presidente no le aceptó la renuncia. Con ocasión de las primeras renuncias era necesario volver a armar una terna y en ella González Cuervo iba de nuevo. El mensaje era claro. Y en estricto sentido jurídico político González Cuervo era su subalterno. La Corte Constitucional era el puesto indicado y allá llegó en medio de una votación mayoritaria y polémica. Mayoritaria porque era clara la dirección del voto desde la Casa de Nariño. Polémica porque hubo senadores que a la hora de votar lo hicieron, en evidente señal de burla y de protesta, por el grupo Niche. Es sabido que a su llegada a la Corte Constitucional, González Cuervo, gozaba de mejor reputación como bailarín de salsa que como jurista. Por el bien de la Corte Constitucional ha empezado a tomar fuerza una terna integrada por Catalina Botero, Rodrigo Uprimny y Rodolfo Arango para reemplazar a González Cuervo. De los tres solo tenemos las mejores referencias. Cada uno, a su manera, ha labrado una carrera académica impecable. Los tres ya han pasado por la Corte Constitucional como magistrados auxiliares.
Catalina Botero Marino, regresa al país luego de haber cumplido el período de relatora especial de la OEA para la libertad de expresión. Trabajó con Mauricio García Villegas como auxiliar del extraordinario Ciro Angarita Barón en el único año en el que fue magistrado. Allí la señorita Cabot, como le decía Angarita, ponía a prueba que la juventud no peleaba con la formación académica sesuda e inteligente. Confirmaba la tesis de que los estudiantes, que habían jalonado el proceso constituyente desde la Séptima papeleta hasta su promulgación, sabían que había un cambio institucional que debía pasar del papel a la realidad por medio de la protección de los derechos fundamentales que los jueces podían hacer mediante su tutela inmediata y preferente. Catalina Botero fue una más de ese movimiento estudiantil. Por el bien de la Corte Constitucional Botero merece estar allá.
Rodolfo Arango Rivadeneira. Formado en Kiel – Alemania bajo la tutela de Robert Alexy. Fue el escudero intelectual de Carlos Gaviria Díaz en uno de los pasajes más memorables de la Corte Constitucional, como su magistrado auxiliar, cuando se abría paso en esta Colombia timorata y oscura una lectura liberal, individualista y auto-formadora de los colombianos. Es un sujeto kantiano en todo el sentido de la palabra. Moralmente bueno. La prensa dice de él: “quemado en las pasadas elecciones al Senado.” Y claro que se iba a quemar. Se propuso hacer una campaña al Senado con 20 millones de pesos. Eso significa que como estratega político es un excelente académico. Y eso es precisamente lo que necesita la Corte Constitucional en estos momentos de crisis y de ilegitimidad. Necesita magistrados que piensen, que promuevan la discusión sobre la intervención del Estado no solo en la paz como fin sino en la equidad, en el desarrollo sostenible, en la protección de los recursos naturales, en la educación superior con calidad, en la salud y en la debida fórmula para asegurar la administración de justicia de forma proba y la protección de los derechos sociales fundamentales que él bien conoce. Por el bien de la Corte Constitucional Arango merece estar allá.
Rodrigo Uprimny Yepes es, quizá, el más conocido de esta terna. El más prolífico. Un intelectual activo y propositivo. Una autoridad académica. Un pedagogo de la filosofía del derecho y del derecho constitucional. Sus grandes tratados académicos han llevado al derecho a uno de sus pilares más altos dentro y fuera del país. Sus columnas de opinión semanal en prensa son breves y sabias reflexiones de análisis crítico sobre la realidad y sus posibles soluciones en un lenguaje asequible y generoso. Su trabajo en Dejusticia es una pieza maestra porque ha logrado generar comunidad académica a través de la cual promueve el debate y la autorreflexión. A través de los canales de reflexión y participación que lidera, grupos periféricos y marginales han asegurado la visibilidad de sus denuncias y la conciencia de sus derechos. Por el bien de la Corte Constitucional Uprimny merece estar allá.
Es una buena señal que en el sonajero constitucional haya personas como Botero, Arango o Uprimny. La transparencia y el compromiso ético jurídico de la debilitada Corte Constitucional solo puede recuperarse con magistrados que piensen y discutan como juristas. En atención a la supremacía de la Constitución, a la protección de los derechos básicos y al equilibrio de poderes. Juristas con la confianza necesaria de saber que el puesto que ocupan se debe a sus méritos y no a intereses políticos. Juristas como ellos necesita la justicia y reclama este país.