Por: Juan David Palacio Cardona*
@JDPalacioC
Es común que constantemente los ciudadanos exijan al Estado infraestructura en los territorios con el argumento de mejorar sus condiciones de vida. Piden andenes, pavimento, colegios, hospitales y edificaciones, entre otros, pero es poco habitual que demanden árboles, espacios para la fauna o la construcción de políticas públicas en donde se concentren parte de los aportes de los diferentes sectores de la sociedad.
Si de planeación se trata, hoy en día las administraciones municipales deberían enfocarse en la adaptación a los episodios de riesgo derivados del cambio climático, teniendo en cuenta que las temporadas secas, que serán más largas, se sentirán más fuertes debido a la entrada de los rayos del sol y su reflejo en los vidrios de los edificios que, con el tiempo, conquistan más espacios en las ciudades. Además incidirá la impermeabilización de los suelos, que han reemplazado zonas verdes, y la tala de árboles para lograr la urbanización.
Entre tanto, a causa de la acumulación del agua, las intensas lluvias causarán deslizamientos, desbordamientos de las quebradas e inundaciones. En pocas palabras: lo anterior es una combinación tóxica para los seres humanos y cada vez será más complejo adaptarnos al entorno.
Así las cosas, es necesario concentrarnos en el rediseño de los territorios, como consecuencia de las nuevas realidades ambientales. Según la Organización Mundial de la Salud, el espacio público verde mínimo por persona debe ser de 15 metros cuadrados, sin embargo, en Colombia está por debajo de los cuatro metros cuadrados por habitante. Por eso, deberíamos buscar la forma de recuperar los bosques urbanos que generen microclimas y regulen las altas temperaturas.
¿Por qué no pensar en un paisajismo amistoso con la estética de los asentamientos humanos y que, además, sea colorido? ¿Qué tal los corredores pintados con los colores de los guayacanes? O, ¿por qué no apostar a los árboles frutales, que sirvan de fuente alimentaria para la fauna silvestre y los habitantes de calle?
Algunos cuestionarán la última propuesta, pues es posible que las frutas, al caer, lastimen a las personas, golpeen los automotores o contaminen las calles con el material orgánico. No obstante, los reparos pueden ser mínimos frente a los beneficios que nos otorgan los árboles, como la reducción de las temperaturas y el hecho de no tener que utilizar aire acondicionado, evitando la emisión de Gases de Efecto Invernadero.
Si se planificara correctamente el territorio, los recursos que actualmente se destinan a enfrentar los estragos del calentamiento global, se podrían invertir en políticas públicas sociales y el bienestar de los habitantes. Lamentablemente, nos hemos acostumbrado a ser reactivos y no preventivos.
Luego, si ponemos el foco en la fauna, las expectativas son prácticamente nulas y esto es una pena, porque los causantes del cambio en el medio ambiente somos los humanos. Pero, sin irnos muy lejos, pensemos en los animales de compañía, como los perros y gatos, que en las épocas de lluvia sufren afecciones respiratorias, dermatológicas o, incluso, estrés o alteraciones en el comportamiento, a causa de los truenos.
Es hora de prepararnos para afrontar las consecuencias del cambio climático y eso implica replantear los territorios desde el punto de vista constructivo y social porque, más que nunca, es necesario fortalecer los valores de la cooperación, la solidaridad y el respeto por el otro.
Así las cosas, la transformación debe iniciar ahora con un pensamiento holístico, donde el pilar sea la responsabilidad por la sostenibilidad ambiental y la empatía por los vulnerables, porque si bien todos tenemos padecer las inclemencias del cambio climático, la emergencia mundial no afectará a todos por igual porque las más expuestas siempre serán las personas necesitadas. Es un compromiso de todos cuidar el planeta que habitamos.
*Director del Área Metropolitana del Valle de Aburrá.