Por: Gustavo Salazar Pineda
La mayor desgracia de la humanidad es la ignorancia, en tanto que su mejoramiento y salvación está en los sabios. Apuntalo el término sabio para diferenciarlo del erudito, del acumulador de conocimiento mecánico, del repetidor de frases, teorías y fórmulas meramente dichas sin profundidad, el pedantón aparentemente sabelotodo.
Pocos han loado en su real dimensión la inteligencia del sabio, el gran florentino Giovanni Papini. Y sin apelar a ejemplares de naciones tradicionalmente cultas de la antigüedad y de la moderna Europa, podemos decir que los colombianos también hemos contado con maestros y sabios del pensamiento; a mi mente vienen tres grandes colosos: Baldomero Sanín Cano, Luis López de Mesa y Jaime Bedoya Martínez, conocidos por muchos los dos primeros de ancestro antioqueño; poco conocido e inexplorado el último, llamado el sabio de Manizales.
Fama tuvo la Bogotá de otros tiempos de ser la Atenas Suramericana. Algunos de la capital miraban con desprecio los grandes pensadores de provincia, es esta la razón por la cual a la Perla del Ruiz, a la señorial y otrora cultísima capital de Caldas, no se le dió el lugar que ha ocupado en la cultura latinoamericana. Genios de letras, gladiadores insuperables de la palabra, estetas consagrados de alto pensamiento concibió la amada tierra colonizada por nuestros ancestros antioqueños. Salamina, Pensilvania, Manizales, Pácora, Neira, Ríosucio y otras poblaciones del Gran Caldas, aportaron a la cultura del saber y especialmente a la sabiduría en pos de una vida bienhechora y bienaventurada. Prosistas, poetas y pensadores epónimos que dieran lustre a esta andina región, dejaron un legado aprendido de la Grecia antigua y otras culturas modélicas, entre ellos, Bedoya Martínez, conocido como el sabio de Manizales. Olvidados o poco leídos han sido sus libros que constituyen un abrevadero de sinigual valor del arte del buen vivir. En 80 lecciones se condensa la más rica enseñanza para una vida tranquila, serena, feliz y llena de sabiduría. Privilegiados y afortunados los que como este opinador, han tenido acceso a tan profundo pozo de conocimiento y pensamiento al servicio del más difícil de todos los artes, el del saber vivir. Autodidacta él, maestro, conferencista, empleado y comerciante, Bedoya Martínez, pasó por este mundo ofreciendo a su prójimo la más auténtica reflexión sobre lo que han de ser nuestras vidas en esta galaxia que nos acoge y es el espacio de nuestras humanas existencias. La inteligencia, el talento, la forma de pensar, escribir y hablar de Bedoya resumen una filosofía práctica para el diario vivir con alegría y no meras fórmulas abstractas de filosofía incomprensible y no apta para recorrer el a veces difícil camino de nuestras vidas. Constituyen los múltiples y profundos textos del también llamado pijao rebelde, al que en buen momento he descubierto en mis acostumbradas visitas a mi Manizales del alma para mi enriquecimiento personal y el de mis lectores cibernéticos, lecciones para un mejor vivir. Como recomendaba Epicuro, padre de la filosofía del placer y del goce existencial a Meneceo, Bedoya Martínez practicó la recomendación de los clásicos de la antigüedad: “Que nadie por el hecho de ser joven vacile en amar la sabiduría, ni filosofar, ni comenzar a sentirse viejo se canse hacerlo, pues nadie es joven ni viejo cuando se trata de la sabiduría del alma”. Sabias y balsámicas palabras, muy oportunas también para épocas como la de ahora de vulgarización extrema en que la plebe y con ellos muchos orientadores de la opinión pública, se entregan a distracciones tan banales como improductivas para el alma humana. En una de sus lecciones el sabio de Manizales exhorta que vinimos al mundo a ganar una vida y no a desperdiciarla. También pregona con autoridad que hay riquezas más valiosas que el dinero. Perla superior de sabiduría es otra lección que nos legó el gran filósofo callejero de la provincia del Gran Caldas: “Nacimos para ser y no para subsistir estúpidamente”.
Mentís y afrenta merecida para el género humano es otra de sus reflexiones de profundo calado: “La mitad de la gente es ciega y la otra mitad la imita”.
Orientados por el hijo egregio de Manizales, aprenderemos más sobre el arte del buen vivir en otras entregas semanales próximas.