Por: Margarita Restrepo
Siempre sucede lo mismo. Enviamos mensajes de solidaridad con la familia de la víctima, reclamamos un castigo ejemplarizante contra el agresor, alzamos nuestras voces de indignación, pedimos acciones concretas y exigimos que situaciones como la que tuvo que padecer la niña Salomé no se vuelvan a repetir.
Y de cuando en cuando, sucede lo mismo. El agresor, un salvaje desadaptado agrede física y sexualmente al menor de edad y luego lo asesina.
El caso de Salomé no es el primero, pero por favor entendamos que debe ser el último. Una sociedad que no proteja a sus niños está irremediablemente condenada a fracasar. No quiero estacionarme sobre conceptos propios de la burocracia internacional, como los que esgrime la ONU que ha alegado repetidamente que son Estados fallidos aquellos que no cuidan celosamente a los niños.
Pero desafortunadamente, los hechos nos demuestran que eso somos. Triste tenerlo que aceptar, pero es así. Ostentamos la muy deshonrosa condición de ser el país del hemisferio occidental con mayor número de niños reclutados forzosamente por parte de organizaciones armadas ilegales. Y en vez de perseguir y castigar a los responsables de aquel crimen, hacemos acuerdos ilegítimos en los que se les otorgan perdones que indudablemente transgreden los estándares internacionales, toda vez que a la luz del Estatuto de Roma el reclutamiento de menores es un crimen de lesa humanidad que no puede se cobijado por amnistías o indultos.
Pero retomo la tragedia de Salomé Segura, la niña de 4 años salvajemente golpeada y violada por un desadaptado que afortunadamente fue capturado y entregado a las autoridades por la propia comunidad de la vereda Puerto Alegría, en el sur del Huila.
Después de debatirse durante algunos días entre la vida y la muerte en un hospital de Neiva, Salomé falleció. El agresor, ya fue imputado por varios delitos por los que pasará el resto de su miserable y atormentada existencia tras las rejas.
Pero la merecida sanción penal que caerá sobre el feminicida no le devolverá la vida a Salomé ni la tranquilidad a sus padres, quienes tendrán que lidiar con el dolor de esa tragedia por el resto de sus vidas.
Nosotros, la sociedad, algo tendremos que hacer. ¿Cuántas niñas violadas y asesinadas se necesitan para que de una vez por todas entendamos que el país está en mora de crear e implementar una estrategia eficaz de cuidado y prevención de ataques contra la niñez? Habrá que esperar a que la justicia avance en la investigación del caso de Salomé para determinar si existían alertas tempranas que fueron desatendidas y que, de haber llamado la atención de las autoridades, la tragedia hubiera sido evitada.
El mejor homenaje que puede rendírsele a la memoria de Salomé se dará cuando se le imponga una implacable sentencia condenatoria a su violador y asesino -a quien no podrá aplicársele la cadena perpetua-, pero sobre todo a través del diseño y puesta en marcha de una eficaz estrategia nacional de prevención contra las agresiones a los niños de nuestro país.
Una vez más, convocaré a los sectores correspondientes -Fiscalía, ICBF, Ministerio de Defensa, Defensoría del pueblo, Procuraduría y sociedad civil- para que emprendamos la creación de lo que desde ahora propongo que sea bautizado como “El plan Salomé” para la defensa integral de la vida y libertad de los niños de nuestro país. ¡Manos a la obra!