Por: Jaime Jaramillo Panesso
Como era de aconductado y bien cepillado en los dientes y en el pelo. Había que verlo cuando fue Gobernador de Antioquia. Era un muchacho de buena familia y lo sigue siendo. Resultó mejor gobernador que su hermano, el mismo que los criminales de las Farc mataron cuando el ejército lo iba a rescatar. En ese suceso cayó también Don Gilberto Echeverri Mejía, ambos con la creencia de que la guerrilla aceptaba “la no violencia” predicada por unos gringos de la escuela de Luther King. Después heredó la postulación a Alcalde de Medellín y con la ayudita de Alonso Salazar, alcalde saliente, alcanzó la silla del piso doce de La Alpujarra desde donde se inventó que Medallo es “la ciudad más innovadora del mundo”. Esas muletillas de los ejecutivos de imagen que a la postre resultan creyéndose sus mundos de ilusión.
Lo que no sabíamos es que el Alcalde en sus delirios con el sol a las espaldas, pues le faltan pocos meses para terminar el mandato, sería capaz de crear el caos más grande y espectacular en el tráfico vehicular y en la pertinente tranquilidad ciudadana. No se le dio nada convertir la ciudad en un maremágnum, en un manicomio de motores locos y de ciudadanos desorientados. El Alcalde logró, en esfuerzo de su inmensa capacidad innovadora, de asimilar el caos bogotano, trasplantarlo a Medellín y multiplicarlo por siete veces siete. Simultáneamente paralizó en centro de la ciudad y la periferia, desvió el flujo de vehículos de manera que no tuvieran salida alguna de la Avenida Oriental, salvo que aceptaran los que tenían destino el norte, que se fueran al sur. Y quienes necesitaban llegar al occidente, se dirigieran oriente. El fantasma del tranvía al barrio Buenos Aires perforó las calles y traumatizó la ciudad que existe en uno de los dos lados del Río Medellín.
Para que los ciudadanos que viven en la otra orilla, la mitad de la ciudad, inhabilitó la troncal o avenida del río, obteniendo su mejor objetivo: caotizar la movilidad del Valle de Aburrá y ensayar puentes militares sin militares que apenas estaban en fase de aprendizaje. Puestos sus ojos en la arborizada vecindad del barrio Conquistadores y ante la mirada cannabis de los habitantes de la calle que moran y fuman a una cuadra de distancia, taló todos los árboles y decapitó los maltrechos jardines que quedaron. Todo ello en nombre de un gran parque que rodeará en forma lineal al Río. Y la gente se pregunta: ¿cuál río, si esa es una quebrada maloliente? ¿De dónde van traer agua suficiente para convertir esa quebrada en río?
Asomado por una de las ventanas panorámicas de la Alcaldía, el mandatario se entusiasma y suspira hondo al ver a ciudad hecha un nudo y escuchar el murmullo de miles de ciudadanos que reniegan de sus ególatras proyectos. No saben los medellinenses, los paisas de la capital de Antioquia, que el poder se le subió a las meninges del alcalde y que le han diagnosticado los médicos del Hospital Mental, una innovadora enfermedad: confusionis vehiculum gaviriforme. No tiene cura y menos vacuna. Mientras tanto los agentes de tránsito, los azules, se ponen rojos de vergüenza y no encuentran el pito. ¿Para qué pito si el alcalde ya no pita, ni silba, ni sabe lo que hace?