Foto: totalmedios.com

43 años llevo en el mundo del periodismo, entre las aulas como estudiante y como docente; como reportero, jefe de redacción y director de noticieros de televisión; como asociado, consejero y miembro de junta de gremios y corporaciones periodísticas… Y claro, como lector, radioescucha, televidente y prosumidor, desde que las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones llegaron para democratizar la información, llenar de prosumidores las redes sociales y darle paso a la “tiranía de la ignorancia”, la rabia, el odio, las fake news, la mentira y la posverdad.

Quedaba la esperanza de que el periodismo fuera capaz de salvar el periodismo, pero no sólo se dejó agendar de las redes sociales, sino que empezó a competir con los prosumidores, la mayoría ajenos a la formación y a las exigencias éticas. La consecuencia es que, como nunca antes en estos 43 años, había oído hablar tan mal del periodismo, de los medios de comunicación y de los periodistas.

Recuerdo los ejercicios académicos que hacíamos en busca de las evidencias para descubrir cuáles casas periodísticas pertenecían a uno u otro grupo político o económico y cuál era la tendencia política e ideológica… Y no era tan fácil porque, no obstante sus dueños y el color azul o rojo de su tinta, no era tan evidente su tendencia, su parcialidad, su intención desinformativa y su agresividad.

Hoy la tarea no es difícil. Hoy los directores y periodistas no disimulan su intención. De ahí que, como Vladdo en su columna “Un debate inaplazable”, también creo en “la necesidad de regular el trabajo de los medios y de los periodistas”.

Lo que tanto cuidábamos como patrimonio del periodismo, hoy ya no importa perderlo. Me refiero a la credibilidad.

Dice Vladdo que en el ‘Barómetro de la Confianza 2023’, de la firma consultora Edelman, sólo el 47% dijo que confiaba en los periodistas. Y del Foro Económico Mundial se desprendió que “la información errónea y la desinformación motivadas por la inteligencia artificial, así como la polarización social, encabezaron las perspectivas de riesgos globales para 2024”.

Recordó también el manejo informativo en la votación del Brexit, en Gran Bretaña; el plebiscito por la paz, en Colombia; y la elección de Donald Trump, en Estados Unidos, procesos que en buena medida fueron manipulados y alterados a punta de fake news y violencia psicológica.

¿Cómo hacer, entonces, que el periodismo recupere su interés por proteger la credibilidad como su más grande patrimonio? ¿Cómo lograr -como decía Javier Darío Restrepo- que el periodista se centre en el “Ser” y se comprometa a moverse en el dilema entre ser mejor y ser excelente? Su respuesta es que “para ser mejor periodista no basta con un decálogo ético (…) No se puede pretender formar a un periodista ético si previamente no se ha formado a un buen ser humano”.

El oficio del periodista está ligado a la existencia del otro. Rysard Kapuscinski dijo en su libro “Los cínicos no sirven para este oficio” que “las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Si se es una buena persona se puede intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus dificultades, sus tragedias”. Sin embargo, muchos periodistas en la actualidad no saben qué es humanidad, qué es empatía y enmascarados con el derecho a la libertad de expresión, son profesionales de los rumores, las injurias, las calumnias y las falsedades, estimulados por evidentes inclinaciones políticas, lo que ha llevado a que hoy más que nunca se hable tan mal del periodismo, de los medios de comunicación y de los periodistas.