Róger Vélez Castaño

 

“El principal objetivo de los Mass Media es vender y generar ganancias -y cuanta más, mejor-.  Esta intención, totalmente natural y legítima en la lógica del libre mercado, es la causante de grandes desviaciones conceptuales, morales y éticas”.

Bajo la sombra de este presupuesto, quiero encaminar mi inquietud.

Siempre, en la primera, la segunda y la tercera generaciones, los grandes medios de comunicación han tenido relación con los poderes políticos y económicos del país.  En ello no hay diferencia entre generaciones.  En ello no hay sorpresas.

Siempre -en las aulas de clase, en la tertulia y en el encuentro académico con motivo de nuestro día clásico (ahora en  febrero y en agosto)- hemos creído en el imperativo de dejar el legado de los valores y los principios que encarnan la ética periodística.  Tampoco hay diferencia, porque es lógico que pase de generación en generación. 

 

La diferencia está en la credibilidad, patrimonio de la primera generación, gracias a su convicción y a sus principios.  Patrimonio que tanto medios como periodistas hemos venido perdiendo en estos tiempos de transición, de la segunda a la tercera generación, debido a la evidencia descarada de esos intereses políticos y económicos de la mayoría de medios.

 

La diferencia empieza a aparecer cuando pensamos en la vocación y el sentimiento con que los de la primera generación, nos entregaron ese legado ético.  Cuando pensamos en tanta honestidad y tanto compromiso de los periodistas de ese talante -que fueron capaces de dar la pelea contra repetidos intentos de manipular la información-, los encumbramos como si hicieran parte de una secta o religión que los obliga a dar la vida por sus principios.    

 

 Pienso en ello y miro hacia atrás, hacia la primera generación, y siento admiración.  Miro hacia adelante, hacia la tercera generación, y siento preocupación.  Y no porque la tercera me hace pensar en la generación en la que “cualquiera puede ser periodista”.  Es porque la honestidad me lleva a preguntarme si es moral que hoy les hable de independencia, por ejemplo, a los miembros de la nueva generación.  

 

Con qué cara le digo a un estudiante, aprendiz o novel periodista, que su deber es mantenerse libre, consecuente con la verdad.  Cómo le digo -sin que se note la vergüenza en la mirada- que “la libertad es el aire que debe respirar (…) que no haya para él presiones, ni lo muevan contra razón ni contra justicia los poderes del dinero, ni los halagos del gobierno, ni los puños del populacho”, como decía con convicción Fernando Gómez Martínez, representante de esas primeras generaciones que respiraban principios éticos en su quehacer periodístico.

 

Digan si no suena a utopía esta afirmación del mismo Gómez Martínez: “es preferible un periódico de condiciones modestas, pero libre, a una empresa periodística opulenta, pero dependiente”.

 

Lo honesto –aunque con la misma vergüenza, pero ajena- es decirles que para los grandes medios de comunicación no existe la independencia más allá de las palabras que la honran en sus manuales de estilo y redacción.  Que existe en palabras, porque en la práctica los medios masivos de comunicación son empresas y, como tales, tienen en “la información su principal producto de comercialización”. 

 

Todavía podemos decir que la noticia, como género, no está a la venta. Sin embargo, ya se empieza a patrocinar información de los primeros bloques de los noticieros de televisión y de radio.  También se negocia la información impresa, con una gran tapa publicitaria sobre las noticias de la primera página de los periódicos y de la portada de la revistas. 

 

Además de la nota o sección patrocinada, del publirreportaje, del infomercial o de la publicidad política pagada, hay información que hace parte de las estrategias de mercadeo de las empresas periodísticas.  Esta información aparece en el periódico, la revista, el programa radial y el noticiero de televisión, como cosecha informativa del medio, aunque la verdad es que es pagada.  Es cierto que la antecede el patrocinio del cliente, pero el público no lee en ello la aclaración de que haya sido el cliente quien pagó y decidió el qué, quién, cómo, cuándo, dónde y por qué de la información.  En el caso de los periódicos y revistas, son usuales las separatas comerciales o institucionales, muchas veces redactadas por el anunciador. 

 

El hecho de que hoy sea común que el medio tenga una Gerencia Comercial al mismo nivel de la Dirección Informativa, y que sea dirigida por un profesional sin los fundamentos éticos del periodista, no deja la mínima duda de que la “empresa periodística” pondrá en práctica cualquier estrategia de mercadeo para alcanzar sus metas comerciales.  La consecuencia es que soslayará las más de las veces los principios éticos del Periodismo.

 

  Los medios de comunicación de hoy no cumplen con el llamado a que sus empresarios, gerentes y empleados de los departamentos administrativos y comerciales, deben tener las mismas responsabilidades éticas del periodista.  No saben o eluden la obligación de evitar todo compromiso con los anunciantes y otorgarles privilegios que pongan en duda la independencia informativa del medio.Vender publicidad implica, a veces, variar el producto informativo, minimizarlo o desaparecerlo.  Depende del interés del cliente que compra la publicidad.  A él, implícita o explícitamente, se le entrega en ocasiones el plus de intervenir en los contenidos periodísticos. 

 

Tan grave como lo que hace la Gerencia Comercial con la información para lograr los propósitos económicos de la “empresa periodística”, es la posición de los dueños del medio que -aunque sepan de Ética y Periodismo, lo que es más grave- tranquilamente ponen en práctica la máxima maquiavélica del fin justificando los “medios”.  Y entonces se violan flagrantemente la integridad y la independencia del periodista, indispensables para el cumplimiento de su alta misión social.  

 

La “verdad de Perogrullo” a través de todas las generaciones periodísticas, es que los grandes grupos económicos y de determinadas tendencias políticas, se han consolidado en prensa, radio y televisión, de tal manera que la información está condicionada porque no puede afectar sus intereses.

 

Es “normal”, entonces, asistir hoy con incredulidad a la omisión de información de interés público, porque afecta los intereses particulares de los dueños del medio o de las personas y entidades públicas o privadas que compran publicidad en dicho medio.

 

En la primera generación no era tan “normal”.  Recuerdo directores, jefes de redacción, reporteros y gremios, armándose con la claridad y contundencia de los códigos de ética, para defender la profesión. 

 

Hoy la ética parece ser exclusiva de la clase media, que todavía sueña con la convicción y la mística de la primera generación.  Todavía piensa que es posible distanciar lo periodístico de lo comercial y lo político.  Cree que la responsabilidad con el público no puede subordinarse a obligaciones con la fuente, con los anunciantes, con el medio y con quienes tengan el poder de influir.      

 

En la clase alta, rica y poderosa, los principios fundamentales de la ética periodística existen hasta que haya que hacer u omitir lo necesario para defender sus intereses políticos y económicos, o los de sus anunciantes.

 

  En la clase baja, donde abundan las necesidades, la ética se puede negociar tan fácil como se hace con un sufragio electoral.  

 

Podríamos promulgar, entonces, la emancipación por la dignidad, el respeto y la responsabilidad social.  Podríamos proponer el “minifundio informativo” en el que el periodista esté libre de la manipulación y censura del “latifundista informativo”.  Pero se encontrará con que su pequeña propia empresa informativa, también depende de la publicidad.  Y como ya es empresario -y, además, director, jefe de redacción, reportero, diseñador y director de mercadeo y comercialización-, se encontrará también con la mezcla de intereses periodísticos y comerciales.

 

Y para ajustar, se encontrará con la existencia de otros cientos de “minifundistas” de la nueva generación que no son periodistas, que son cosecha de la Ley que dio licencia a todo el que quiera y pueda expresarse, sin que medie la formación académica, ni haya asistido a la orientación moral sobre el quehacer periodístico. 

 

La diferencia es que han surgido en tiempos en que las preocupaciones éticas no encuentran referentes positivos:  “y si los grandes medios que tienen poder y dinero, lo hacen, por qué yo no”, se preguntará el émulo.  Distinta a la pregunta de los émulos de la primera generación, no obstante la formación empírica en muchos de ellos:  “el maestro no lo hubiera dejado publicar porque atenta contra la dignidad de esa persona…”, “el maestro se rebeló y puso en manos del gremio periodístico, el caso en que la intromisión del gerente llevó a la omisión de esa noticia tan importante…”, o “el maestro renunció…”

 

La preocupación del “maestro” que nos presentaron a los de la segunda generación, no era económica ni política.  Era la de hacer un Periodismo independiente, basado en los principios de la verdad y del bien colectivo.  Esa era su convicción.  Su lógica era la de  la responsabilidad social.

 

La preocupación de los medios de comunicación que hoy conocemos, es el poder político y económico, que los ha convertido en fuerza organizadora de la realidad social.  La consecuencia es la pérdida de valores éticos y la degradación de la calidad de la información.   Obedece a la lógica empresarial de mercado y su objetivo es el de la satisfacción de las necesidades impuestas por el neoliberalismo imperante en los últimos 20 años.

 

El “Ser” que nos caracterizaba, se ha ido perdiendo.  Cada vez, los poderes supranacionales nos convierten en “tontos útiles”.  Son el poder que no respeta al periodista, ni a su profesión, ni a su ética y ni a la comunidad. 

 

Ya no es el Periodismo una de las carreras preferidas en las universidades.  Ya no queremos que nuestros hijos sigan nuestros pasos.  ¿Será el Periodismo una carrera respetable en vía de extinción?¿Qué vamos a hacer, entonces?  Llevamos más de dos generaciones quejándonos.  Paradójicamente hoy, en tiempos de mayor crisis, hay menos unión y reivindicación.  ¿Cómo nos unimos nuevamente los periodistas, los gremios y los usuarios de la información, para recuperar la credibilidad que hemos venido perdiendo? 

 

¿Acaso llegó la hora de una cruzada haciendo uso de un saber que es intrínseco a la tercera generación? 

 

Hace un año, exactamente, millones de personas en Colombia y el mundo se convocaron en internet para decir “no más secuestro”.  Hoy, las liberaciones de secuestrados por parte de las FARC –que, a propósito, dicen no creer en los medios (como muchos colombianos) por su parcialidad y falta de independencia, razón por la cual nos han amenazado- son una realidad que uno podría atribuir, entre otras, a la presión de la sociedad civil. 

 

¿Y si convocamos mediante las tecnologías de la nueva generación a esa sociedad civil que tiene derecho a estar informada verazmente, con independencia y con responsabilidad? 

 

 La presión de millones de ciudadanos cansados del abuso del poder sobre los medios, de miles de periodistas maltratados en su dignidad profesional y de los pocos gremios que aún persisten, podría darnos la sorpresa.  No para beneficio nuestro.  Sí para bien de la VERDAD y del INTERÉS COLECTIVO.