Por: Juan David Palacio Cardona
Cuando nos mencionan la palabra secuestro, a nuestra mente inmediatamente llegan las imágenes de personas retenidas expuestas al riesgo por otro u otros seres humanos, pero existe otra modalidad y es la que padecen cientos de animales que cada día son extraídos de su entorno natural para ser encerrados en jaulas, peceras, espacios confinados, casas o fincas como un triunfo a la ausencia de la razón.
Cerremos los ojos, abramos las mentes y despertemos la sensibilidad para meditar detenidamente y honrar la capacidad de discernir. Pensemos en una selva o un hábitat natural -como es el majestuoso mar- con su sonido natural, que se convierte en melodía de armonía y paz para nuestros oídos, pero que constantemente está en riesgo de desaparecer por nuestras acciones como sociedad.
Imagina ser un mono Tití: obtienes los alimentos fácilmente, convives con tus pares, puedes saltar de un lugar a otro -siendo la única restricción la capacidad física propia para llegar a los puntos más difíciles-, te apareas, estás en tu espacio, el lugar que te genera confort, seguridad y te provee cada día lo que necesitas gracias a todos los servicios ecosistémicos presentes allí.