Por: Gustavo Salazar Pineda
Qué más quisiéramos nosotros, las criaturas humanas, débiles y frágiles que somos, que el estado de ánimo sereno y tranquilo, semejante a la felicidad fuera más estable y duradero, pero ya lo he dicho y ello no admite discusión alguna: la felicidad tiene enemigos directos o indirectos, abiertos o encubiertos, incluso conscientes e inconscientes y de allí la importancia del estudio análisis de las causas que a menudo nos llevan a la tristeza, la amargura, el tedio u otro elemento perturbador de la dicha y la felicidad humanas.
Son múltiples los rivales que tiene la felicidad, muchos de ellos producto de la imposición social o costumbres, los mitos, las leyendas y otras creencias religiosas o paganas. Sitúo en primer lugar como archienemigo de la felicidad de mujeres y hombres los mitos, las costumbres y los convencionalismos sociales y dentro de ellos quien se alza con la medalla al mérito antifelicidad es el matrimonio clásico, especialmente el impuesto por la sociedad a través de la religión y con énfasis especialísimo en el católico o cristiano. Vale la aclamación, que no alude en este tópico el autor, al emparejamiento distinto al matrimonio clásico como es la convivencia pactada o consensuada entre dos personas adultas, pues hasta el matrimonio civil encaja dentro del llamado matrimonio clásico.
La institución matrimonial tal como la conocemos hoy día no siempre existió, se trata de una categoría social, religiosa y jurídica coyuntural o propia de cierta etapa del desarrollo social; dicho de otra manera, no siempre hombres y mujeres han vivido en pareja bajo las reglas estrictas, agobiantes y anti libertarias del matrimonio convencional, bien sea por el rito católico, musulmán, hindú, etc.
Varios mitos o mentiras nos impone nuestra sociedad, pero ninguna engañifa o estafa es tan grande como la venta de la idea ingenua y peregrina, religiosa por lo demás, para la estabilidad psicológica de la serenidad o imperturbabilidad de ánimo, que es lo más cercano a la felicidad, de la unión matrimonial como fuente de alegría y dicha entre los cónyuges. Por el contrario, lo que el matrimonio clásico y rígido, definido como el contrato a perpetuidad de convivencia o del slogan “hasta que la muerte los separe”, ha hecho de hombres y mujeres un abrevadero de infelicidad, desdicha, amargura y tristeza. Quien lo dude puede darse a la tarea de observar en lugares públicos el comportamiento de las parejas en cuyos gestos, palabras y actitudes, denotan aburrición, tedio, impresos con un sello inconfundible en sus rostros huraños y adustos y en sus ojos sin ningún destello de felicidad. Dicen los eruditos de la conducta humana que el aburrimiento es un ataque al corazón del bienestar y el reputado catedrático de la Universidad de Madrid, España, Javier Sadaba, afirma que el aburrimiento es la cara opuesta a la felicidad y por tal razón se le tiene como el gran enemigo de la dicha humana y al matrimonio, según mi opinión, como el rival supremo, aunque no único, del bienestar o serenidad del espíritu.
Aburrirse es sinónimo del hastío, horror, tedio por vivir, fenómeno que encuentra su mejor definición en el llamado splin de los ingleses o tristeza del vivir, concentrado magistralmente en el poema de Juan de Dios Peza, titulado Reír llorando, donde el personaje central Garrick, nada le anima a vivir y pide que le cambien la receta que le dan para alcanzar la felicidad.
El aburrido es un personaje distinto al melancólico o nostálgico, por cuanto recordar y evocar ciertos episódicos del pasado nos pueden poner tristes y melancólicos, pero no necesariamente aburridos.
Muchísimos casados lucen cansados, su andar cansino, su mirada distraída, sus conductas y gestos sin entusiasmos provocan el bostezo al percibirlos o mirarlos. Más que individuos aburridos a muchos casados los llama Sadaba tediosos, ya que el tedio “es un fastidio profundo que roza el asco”. El tedio es un sufrimiento hondo, profundo y ese es el que padecen millones de mujeres y hombres cansados que conviven en un auténtico infierno sentimental, emocional y personal. Nada más sacrílego para un hombre o una mujer que vivir el aburrimiento y el tedio, es el mayor atentado contra el segundo don de la vida y millones de casados la profanan cotidianamente al cohabitar dentro de un hogar destruido y dos seres que se declaran una guerra vociferante o silenciosa de los esposos.
En cuanto a mí corresponde entendí y comprendí desde mis años mozos que la llamada felicidad conyugal constituye la más grande de las timaciones, engaños o estafas que la educación, la familia, la religión y la sociedad nos impone desde nuestra tierna niñez. El fenómeno lo intuí por razonamiento y lo fui perfeccionando con la lectura, la experiencia y la profunda reflexión.
Cuando apneas salí de mi pueblo natal, El Santuario (Ant.), y apenas instalado en Bogotá, tuve la fortuna de adquirir un extraordinario, profundo y sesudo panfleto contra la institución matrimonial, titulado El matrimonio, ese pacto suicida que al parecer fue elaborado por un alumno de la facultad de ciencias humanas de la Universidad de Antioquia. Nada más certero, contundente y atinado que esta diatriba contra esta perversa y dañina institución religioso-social que lo dicho por el autor anónimo en varias páginas, que son de una sabiduría suprema sobre este controvertido contrato personal de convivencia a perpetuidad. Años después tuve acceso en España a un excelente libro concebido por el genio de las letras francesas, Honorato de Balzac, quien en plena juventud escribió una de sus mejores obras, Fisiología del matrimonio, estudio concienzudo y muy ilustrado de los horrores que produce en el mundo la institución matrimonial. Baste citar dos dardos que Balzac lanzó contra el matrimonio: “El matrimonio debe incesantemente combatir un monstruo que lo devora todo: la costumbre”. “La mayoría de los hombres solo han tenido en cuenta para casarse la reproducción, la propiedad o el hijo, pero ni la propiedad, ni la reproducción, ni el hijo constituyen la felicidad”.
Dada la complejidad del tema, difiero para el próximo artículo, otro escrito sobre el matrimonio.