Por: Jorge Mejía Martínez

 

Las opiniones expresadas en esta columna, son responsabilidad de su autor

A partir del 26 de febrero – día en el cual la Corte Constitucional enterró la segunda reelección de Uribe- la política colombiana sufrió un tsunami. Son 75 días de campaña electoral con un vértigo parecido al de una montaña rusa. El acelere no pudo esconder la crisis del mito uribista de que el triunfo en las elecciones presidenciales, estaba hipotecado al portador de la varita mágica, como un alquimista, de la política de la Seguridad democrática, suficiente para explicar todas las falencias del país. Juan Manuel Santos, Andrés Felipe Arias o Noemí Sanín –depositarios de la heredad- no tenían ningún pierde. Hoy, por lo menos, nada tienen seguro. La coyuntura es rica en situaciones inesperadas y dinámicas profundas, difíciles de digerir.

Las páginas de opinión de los periódicos y los portales de internet están saturados de análisis cargados de emoción, por encima de la epidermis. Esta semana conocimos una interesante disección de la coyuntura actual en la revista virtual Razón Pública www.razonpublica.com con un artículo firmado por  el profesor Humberto Molina titulado: Elecciones: un cambio estructural, pero asimétrico, cuya lectura recomiendo.

El analista, filósofo y economista, desarrolla seis tesis que procuran explicar la magnitud de los fenómenos que están ocurriendo en Colombia, de la siguiente manera: una notable movilidad política, o sea cambios masivos en las lealtades o adscripciones partidistas del electorado; Una competencia electoral multipartidista, donde cada partido sin embargo sufre su propia crisis de identidad; la necesidad de alianzas electorales en el muy corto plazo; la consolidación «estructural» de un multipartidismo con grandes asimetrías entre las ciudades mayores y la Colombia rural; la gobernabilidad no caudillista ni clientelista; y la confusión que muestran los protagonistas sobre el futuro de la gobernabilidad en Colombia.

El tema de la movilidad política de los electores, sin identidad partidista, es cierto. Pero uno es el comportamiento de los votantes de los grandes centros urbanos y otro el de los pobladores de medianos o pequeños conglomerados, donde las lealtades hacia las colectividades se conservan más. Por encima del 60% de la votación liberal, del pasado 14 de marzo, provino de las ciudades intermedias y municipios pequeños, que jamás reciben la visita o la llamada de un encuestador. Allí radica la esperanza del Partido Liberal de sacar el próximo 30 de mayo una votación superior a la que presagian las encuestas. Como lo mismo ocurre con el Partido Conservador, es posible asegurar que hoy estamos presenciando los estertores del viejo bipartidismo, dominante durante tantas décadas atrás. Por algo las mismas encuestas dan cuenta de la preeminencia en favorabilidad de dos partidos nuevos en Colombia: la U y el verde. Falta ver su consistencia y sostenibilidad.

Lo que el profesor Molina no alcanza a vislumbrar, es que a pesar de ese comportamiento volátil del electorado, la tendencia creciente del desapego partidista en Colombia se detuvo e incluso entró en reversa. A diferencia de hace algunos meses hoy son más los colombianos que manifiestan su adherencia política. Apenas el 25% manifiesta no tener algún tipo de compromiso o simpatía. El reto es traducir esa militancia en votación a favor de los respectivos candidatos partidistas. Ese es el desafío liberal; lo contrario es alimentar una democracia anoréxica.

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