Por: Rodrigo Pareja

En mi concepto, una agremiación periodística debe servir para el mejoramiento económico, moral y profesional de todos sus integrantes, y considero que, lamentablemente,  ninguna de las que han funcionado en Antioquia ha cumplido en forma cabal con esos tres postulados.

Por qué ¿Estimo que la principal causa ha sido la falta de unidad y solidaridad, pues se han tenido casi siempre como superiores otros objetivos, más de tipo social que gremial, privilegiándose las relaciones públicas, la amistad y el amiguismo con ciertos dispensadores de pequeños favores quienes saben cobrar muy bien de manera mediática ese “desprendimiento”  con olvido total de la situación personal del verdadero periodista profesional.

 

 

 

Pongo en primer término como misión el mejoramiento económico, porque de él se deriva que haya o no periodistas más comprometidos con la profesión y consigo mismos, en eso tan intangible pero tan socorrido como es la ética. De la cual hablamos todos y creemos tenerla al máximo, pero de ahí a la realidad median una serie de circunstancias que hacen de ella algo que cada quien tasa y califica a su manera.

 

No pretendo generalizar, pero cómo puede exigírsele a cualquier periodista un impecable comportamiento ético con salarios de miseria?  O cuando él mismo tiene que hacerse su sueldo mediante la venta de publicidad, transacción que obviamente involucra su independencia frente a la fuente compradora ?

 

Considero que por un temor reverencial hacia los grandes medios, o por miedo a perder el puesto, quienes tienen o tuvieron  alguna responsabilidad gremial se abstienen de ahondar en este tema, y ven en las palabras sindicato” o “sindicalismo” un ave de mal agüero.

 

Cuando el periodista tenga un salario digno, acorde con el papel que cumple en la sociedad, estará exento de sucumbir ante las presiones, los halagos y canonjías, y podrá -con el respaldo de su medio- entonces sí convertirse no sólo en informador veraz e imparcial sino en un fiscal no comprometido.

 

Un periodista en estas condiciones es campo fértil para recibir de su medio o de su agremiación, toda la capacitación que sea posible en aras de mejorar el conocimiento en las distintas áreas que le competen, robustecer su bagaje intelectual y moral y conseguir el mejoramiento que día a día lo hará mejor en su profesión, más respetable y más acatado y con un mayor grado de credibilidad en su audiencia o sus lectores.      

 

Lamentablemente ahora, por lo menos en la radio local, el periodista ha sido convertido por los voraces propietarios en un vendedor más de publicidad. “Cuanto vendes cuanto vales”, parece ser la consigna perniciosa que ha llevado a una degradación total de la profesión, al menos en este medio específico.

 

Un periodista no es llamado ahora por su valía, su experiencia y su conocimiento como ocurría anteriormente, sino que las empresas radiales gradúan a cualquiera de comunicador, con tal de que tenga en sus bolsillos con qué pagar el primer mes de arriendo como concesionario, sin importar un ápice su bagaje y sus antecedentes.

 

Por eso es vox pópuli en la ciudad que algunas “fuentes”, llámense funcionarios o políticos, pagan a sus entrevistadores diarios pírricas cantidades con tal de que los mencionen noche y día, así saturen de estériles e inocuas declaraciones sus espacios.

 

No hay seguimiento ni investigación, no hay afán por ser exclusivo con un tema, no interesa conseguir la noticia exclusiva.  El facilismo es la constante, y la lectura textual de boletines oficiales o la trascripción de cuanta nimia declaración vierte en sus grabadoras el funcionario de turno, es el resumen de su trabajo diario. No hay cuestionamiento ni contrapregunta, pero en cambio hay una sumisión y una vocación de vocero oficial que espanta.

 

Y para colmo, cualquiera compra una grabadora en San Andresito, duerme con ella y al otro día amanece periodista, aunque hasta la víspera haya sido el recogedor de cables o el mensajero de cualquier emisora.