Edwin Franco

Por: Edwin Alejandro Franco Santamaría

En la columna pasada hice referencia a cómo la elección del fiscal general de Colombia se había vuelto un asunto de alta politiquería, puesto que eran varios los partidos y los jefes y representantes de los partidos políticos los que estaban haciendo antesala ante Santos para ternar a determinadas personas para la posterior elección que hará la Corte Suprema de Justicia.  Dije que no era sano que se le imprimiera tanta carga política a la elección de un funcionario con tanto poder, que por demás tiene el rango de pertenecer a la rama judicial, en clara contraposición con los mandatos constitucionales que reglamentan la materia.  Pero a juzgar por lo ocurrido esta semana, donde hubo renuncias como la de la ministra de la presidencia, María Lorena Gutiérrez; el desplante de Gaviria a Santos en su negativa a acompañarlo a varios eventos en Nueva York con ocasión de la cumbre contra las drogas que se llevó a cabo la semana pasada en esta ciudad y dicen que hasta se ha negado a pasarle al teléfono, todo por cuenta de no haber ternado al fiscal general encargado, Jorge Perdomo, como lo pedía el partido liberal, estos comentarios francamente se quedaron cortos frente al alto contenido político que ha tenido este asunto, y no porque desconociera que fuera así, el solo hecho de que el presidente de la república tenga la facultad constitucional de postular el nombre de quien finalmente es elegido fiscal es bastante indicativo de que es así, lo que sucede es, que yo recuerde, no ha habido tanta expectativa, suspenso y haya sido tan evidente el interés de distintos partidos políticos por hacerse a este importante cargo.

Este episodio, todavía inconcluso, de la elección del fiscal general deja varias lecciones:

Lo de hacer una convocatoria pública, sin ser necesario, para que al final quedaran los nombres que desde hacía por lo menos mes y medio venían especulándose, es no sólo una pérdida de tiempo, sino un típico saludo a la bandera (una payasada, dicen otros), lo que indica, porque sobran los hechos y las razones que dan para pensar que así es, que la falta de favorabilidad de Santos no es gratuita, la gente tiene la percepción de que el presidente no cumple su palabra y por tanto muchos no le creen.

Que donde manda capitán no manda marinero.  Fue muy ingenua la ministra Gutiérrez si creyó que podía incidir en que en la terna se incluyera determinado nombre o se descartara alguno, como todo indica que quiso al quedar insatisfecha por la inclusión de Néstor Humberto Martínez Neira.  Imagínense ustedes esta señora compitiendo nada más y nada menos que con Germán Vargas Lleras, a quien no es exagerado decir que Santos le debe mucha parte de su segundo mandato, pues como se recordará, en las elecciones presidenciales de 2014 ocurrió un fenómeno extrañísimo y consistió en que el candidato a la vicepresidencia (Vargas Lleras) tenía más popularidad que el candidato a la presidencia (Santos) y ambos lo saben muy bien.  Lo que sí es claro es que a la señora Gutiérrez la pusieron a organizar una convocatoria pública y quien le dió la orden sabía que esto era una entelequia (una terna marcada la tildó un medio de comunicación). Comprensibles pues las razones de su renuncia, porque sin duda fue utilizada y el hazmerreír de muchos.  Aunque su disgusto debió ser menor, si algo conocía a Santos, debió precaver lo que ha hecho con otros como Uribe y al mismo César Gaviria, cuando se eligió al Contralor, que lo fue Edgardo Maya Villazón y no el que Gaviria consideraba como seguro ganador, que era su candidato.

Y la más evidente:   que la justicia en este país se politizó hace mucho rato, ya a los políticos no les da ni vergüenza metérsele de frente al asunto.  Y lo peor de todo es que muchos de los fallos de las instancias judiciales son también políticos.  Y después se quejan (yo creo que esto tampoco los mortifica) del descrédito del que gozan: los unos porque de manera descarada se meten en lo que no deben, y los otros tomando decisiones para congraciarse con quienes los apadrinaron.