Por: Jaime Jaramillo Panesso
La democracia tiene sus penas. Desde su nacimiento fue revisando y modificando sus linderos, haciéndola más funcional y ampliando su base de ciudadanos. En sus inicios los negros, las mujeres, los que no poseían bienes no estaban habilitados para ejercer el sufragio. Una democracia restringida que, paso a paso, fue alimentada con otro tipo de ciudadanos y gracias a sus jurisconsultos y los reformistas, la democracia es “el menos malo de los sistemas políticos”, según la reflexión de Churchill.
La democracia en Colombia nos llegó de la mano de los héroes de la Independencia: Bolívar, Santander, Nariño, Caldas. Conocieron de cerca, en viajes y libros, las transformaciones que se dieron, con sus respectivas revoluciones, Inglaterra y Francia. La democracia funciona ensamblada en el trompo ajustable de la idiosincrasia de los pueblos. Pero es el orden y la estructura republicana de los tres poderes públicos y la calidad de sus ciudadanos son la tierra abonada para que se consolide y ejemplarice una democracia. Ella está en su Constitución, sus leyes y la conducta ciudadana.
En democracia hay una regla de alto juego, hecha para resolver conflictos de poder: las mayorías son las ganadoras, y las minorías las perdedoras. Las mayorías ponen en marcha su proyecto de nación, desde el manejo del gobierno. Tiene la democracia reglas de participación en la lucha pacífica entre partidos o movimientos sociales: pluralidad de ciudadanos y pluralidad de partidos. Estados donde solo ejerce el poder un solo partido es contrario a democracia. Son gobiernos unipartidistas donde frecuentemente se encuentra el monopolio de un individuo, jefe de gobierno y jefe del partido.
Para gobernar, ya sabemos que cuando el hombre recurrió a las guerras, todo gobierno tiene un componente militar que son sus Fuerzas Armadas. En la medida del aprendizaje colectivo las comunidades humanas, nacionales o internacionales, han ido mejorando en calidad de vida de sus habitantes. Calidad de vida equivale a una base para ser usuario de un concepto: la felicidad, esa a la cual queremos alcanzar y gozar toda la vida. Pero si no buscamos la felicidad colectiva e individual, ¿para qué estamos pisando la tierra? La felicidad contiene una variable fundamental: la libertad, las libertades o derechos fundamentales y los deberes del hombre civilizado. Los encuentra en la Constitución Nacional.
Es ahí donde está la herida, la llaga debajo de la enjalma de las clases medias y populares. Colombia está en la olla y el gobierno está en el hoyo. No repetiré los enormes errores y capitulaciones que iluminaron el octenio de Juan Manuel Santos, “El Pulcro”. Hasta su ser más amado, el Acuerdo Final y sus derivados, acordado con las Farc, tiene la enfermedad tropical de “la disolución” progresiva.
Enfrentados los colombianos a la elección inmediata de los senadores y representantes a la cámara, necesitamos rectificar el rumbo y ponernos en la fila para votar por demócratas y a la vez patriotas de cuño nacional, para defendernos de los cuatro enemigos del hombre que son: los discursos y la chequera de Santos, las alas ocultas de gavilán de Petro, “el grito herido en la noche silente” de Claudia López y la DIAN.
A votar llaman durante 2018 por los mejores que están en la lista del Centro Democràtico, cuna tallada por el uribismo y crisol de voluntades independientes. Votar por los mejores no significa que en otras toldas no se encuentren buenos candidatos, especialmente mujeres. Si lo que gusta es botar por los que quemaron al país, bote el voto con la mano izquierda. Aún le queda la derecha en el Centro y en frente Iván Duque.